martes, 28 de diciembre de 2010

16 de Enero

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 147


“¡Aleluya!


¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios,

qué agradable y merecida es su alabanza!

El Señor reconstruye a Jerusalén

y congrega a los dispersos de Israel;

sana a los que están afligidos

y les venda las heridas.


El cuenta el número de las estrellas

y llama a cada una por su nombre:

nuestro Señor es grande y poderoso,

su inteligencia no tiene medida.

El Señor eleva a los oprimidos

y humilla a los malvados hasta el polvo.


Respondan al Señor dándole gracias,

toquen la cítara para nuestro Dios.


El cubre el cielo de nubes

y provee de lluvia a la tierra;

hace brotar la hierba en las montañas

y las plantas para provecho del hombre;

dispensa su alimento al ganado,

y a los pichones de cuervo que claman a él.


No le agrada el vigor de los caballos

ni valora los músculos del hombre:

el Señor ama a los que lo temen

y a los que esperan en su misericordia.


¡Glorifica al Señor, Jerusalén,

alaba a tu Dios, Sión!


El reforzó los cerrojos de tus puertas

y bendijo a tus hijos dentro de ti;

él asegura la paz en tus fronteras

y te sacia con lo mejor del trigo.


Envía su mensaje a la tierra,

su palabra corre velozmente;

reparte la nieve como lana

y esparce la escarcha como ceniza.


El arroja su hielo como migas,

y las aguas se congelan por el frío;

da una orden y se derriten,

hace soplar su viento y corren las aguas.


Revela su palabra a Jacob,

sus preceptos y mandatos a Israel:

a ningún otro pueblo trató así

ni le dio a conocer sus mandamientos.

¡Aleluya!” Amén.


Curiosidades


¿Qué significa la palabra vida en el lenguaje bíblico?


Forma parte de lo que entendemos por “vida” la idea de actividad. La vida es “todo lo que se mueve”, por contraste con el estado latente o inerte de la no vida. El agua que corre es “agua viva”, o sea que tiene “vida”, y el alumbramiento rápido indica el “grado de vida” de la madre. La frecuente forma plural del término pone de manifiesto la intensidad del concepto. Se relaciona la vida con la luz, la alegría, la plenitud, el orden y el desplegar actividad y se contrasta con las tinieblas, el dolor, el vacío, el caos y el silencio que son característicos de la muerte y lo inanimado.

El alma, como “ser” o como aquello que denota existencia, es común al hombre y las bestias, a los vivos y a los muertos. Pero el estado significativo es “ser viviente” y, en consecuencia, simplemente puede significar “vida”. Morir es exhalar el alma, y revivir es cuando el alma retorna; o, como está en la sangre, se “derrama” en el momento de la muerte. Si bien el alma puede continuar en la sangre derramada, o en forma corporativa en el nombre o los descendientes de la persona, “vida” y “yo” tienen un paralelismo tan estrecho que perder la vida significa virtualmente perder el propio yo.

En forma similar, espíritu o aliento, como el principio que se distingue a los vivos de los muertos, a menudo puede traducirse vida. Morir es perder el aliento o el espíritu; revivir es cuando el “espíritu vuelve”.

El hombre recibe la vida como unidad psicosomática en la que “no existen nuestras propias distinciones entre vida física, intelectual y espiritual”; podemos entender el concepto veterotestamentario del ser humano como “cuerpo animado”. Así podemos equiparar el alma con la carne, la vida o el espíritu, y considerar que todos los términos equivalen al ego o al “yo”. Es el “yo” el que vive y el que muere.


Evangelio


Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Juan 6:51-59


“Yo soy el pan vivo bajado del cielo.

El que coma de este pan vivirá eternamente,

y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió:

«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre

y no beben su sangre,

no tendrán Vida en ustedes.

El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,

y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí

y yo en él.

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,

vivo por el Padre,

de la misma manera, el que me come

vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo;

no como el que comieron sus padres

y murieron.

El que coma de este pan vivirá eternamente».

Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.” Amén.


Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:


Antes de ser entregado y morir en la cruz, Jesús nos dejó un regalo, una celebración para recordarlo y para fortalecernos a través de él. Es lo que conocemos como Santa Cena, Cena del Señor, Eucaristía.

Es el ritual de comunión más significativo que celebramos los cristianos. En donde todos somos iguales y compartimos nuestras alegrías, tristezas, dolores y angustias. Un ritual que debería ser simple e íntimo, pero que en muchas iglesias se ha transformado en algo distante, ceremonioso y casi inalcanzable.

Es curioso que lo que comenzó como una cena entre amigos ha pasado a ser algo que está manos de unos pocos, un espacio de poder, un espacio en donde los que quieren participar tienen que cumplir ciertos requisitos, algo muy diferente a un grupo de amigos que comparten una comida y con ella, sus vidas.

En vez de una vajilla común, hay cálices de metal precioso, piedras, brillo, lujo. Vino de misa y hostias, en vez de vino común y pan: toda una industria del sacramento, algo muy alejado del espíritu original, de lo que Jesús nos quiso dejar antes de cumplir su misión redentora.

Pero esto no quiere decir nada, no importa, porque si lo queremos cambiar, lo podemos hacer. La Santa Cena no es un patrimonio oficial de la Iglesia, aunque sea considerado un sacramento. La Santa Cena pertenece a los cristianos y somos nosotros los que debemos volver a sus orígenes, buscar que ese ritual sea nuevamente un momento de comunión entre amigos.

Desde nosotros mismos, debemos de dejar de cuestionar quién es el que toma o no toma la comunión. Podemos buscar el encuentro y la paz entregándonos a nosotros mismos en la celebración.

Desde la comunidad, estudiar en la Biblia los textos que hablan acerca de la Cena del Señor. Y como Iglesias replantearnos la solemnidad y el acartonamiento al que hemos llegado. No imponer tanto requisito a la hora de participar. Permitir que los niños pequeños participen y nos enseñen a compartir y a hacer de ese encuentro una fiesta, ellos nos van a ayudar a darle alegría a la celebración.

El momento de la Santa Cena es el que de forma concreta nos permite vivir la comunión entre los cristianos. Es el momento en donde físicamente nos unimos, compartimos concretamente el pan y el vino, alimentándonos así del Espíritu de Jesucristo, fortaleciéndonos. Es hermoso participar de la Cena del Señor, vivir ese momento con alegría con la sensación de que Dios nos abraza como a un gran grupo de hermanos y hermanas. Vos también podés experiementarlo, depende de vos y tu deseo de hacerlo. Amén.


Querido Jesús, vos me dijiste que sos el pan de vida y el que come de tu carne vivirá en vos, yo quiero vivir en vos, que mi vida toda sea junto a vos, en vos, sosteniéndome en los momentos difíciles, compartiendo alegrías, tristezas, logros. ¡Gracias por lo mucho que me das! ¡Gracias por la vida que vivo en vos! ¡Gracias porque a partir de tu resurrección ya no le tengo miedo ni a la muerte ni al sufrimiento porque en vos mi vida es eterna, es plena! ¡Alabado seas! en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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