jueves, 29 de diciembre de 2016

8 de Enero

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 29

“¡Aclamen al Señor, hijos de Dios,
aclamen al gloria y el poder del Señor!
¡Aclamen la gloria del hombre del Señor,
adórenlo al manifestarse su santidad!

¡La voz del Señor sobre las aguas!
El Dios de la gloria hace oír su trueno:
el Señor está sobre las aguas torrenciales.
¡La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es majestuosa!

La voz del Señor parte los cedros,
el Señor parte los cedros del Líbano;
hace saltar al Líbano como a un novillo
y al Sirión como a un toro salvaje.

La voz del Señor lanza llamas de fuego;
la voz del Señor hace temblar el desierto,
el Señor hace temblar el desierto de Cades.
La voz del Señor retuerce las encinas,
el Señor arrasa las selvas.
En su Templo, todos dicen: «¡Gloria!».

El Señor tiene su trono sobre las aguas celestiales,
el Señor se sienta en su trono de Rey eterno.
El Señor fortalece a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.” Amén.

Curiosidades

¿Cómo surgieron las indulgencias?

Para entender el surgimiento de las indulgencias, es necesario comenzar desde el principio. En la iglesia primitiva, la caída en pecado se traducía en la separación de la comunidad. Ya Jesús había señalado que ésa era una práctica comunitaria que era antecedida por una serie de amonestaciones y de oportunidades para abandonar el pecado (Mateo 18:15-22). Esa práctica de disciplina comunitaria la encontramos también en los escritos paulinos donde es el conjunto de la congregación el que procede a separar al pecador que se niega a arrepentirse (I Corintios 5:1-13) y también, operado el arrepentimiento, quien vuelve a reintegrarlo (II Corintios 2:5-11). Tanto en los pasajes de los Evangelios como en los de las epístolas resulta obvio que la finalidad de la disciplina ejercida por la comunidad de los fieles no es tanto castigar o sancionar al pecador como llevarlo al cambio de vida y al abandono de su pecado. Esta práctica fue modificándose y ya en el s. II, la reintegración en el seno de la iglesia obligaba a una confesión pública del pecado –una práctica que fue cayendo en desuso para evitar el escándalo de los fieles– y, sobre todo, un auténtico arrepentimiento. En el s. III, ya encontramos referencias al hecho de que esa confesión pública y ese arrepentimiento debía ir acompañado de ciertas “satisfacciones”. La forma variaba y fue incluyendo con el paso del tiempo las limosnas, los ayunos y –bien significativo– la manumisión de esclavos. Esas acciones las seguía imponiendo la comunidad y, sobre todo, mantenían la pretensión de lograr el bien espiritual del pecador. Precisamente, en el deseo de alcanzar el mayor bien para el penitente, fue extendiéndose la idea de dulcificar la satisfacción atendiendo a su arrepentimiento y a sus circunstancias personales. Esa mitigación fue el inicio de lo que sería conocido como indulgencias. El sistema iba a ir experimentando notables variaciones con el paso del tiempo. La confesión pública fue siendo sustituida por una privada ya no ante la comunidad sino ante el sacerdote. Sobre éste recayó, de manera lógica, la satisfacción que debía imponerse a cada pecador, y, en un intento de unificar de manera justa la doctrina aplicable, comenzaron a publicarse catálogos de pecados con referencias a las circunstancias personales del pecador. A partir del s. VII, se fue extendiendo un sistema de penitencias conmutativas en virtud del cual una peregrinación o un donativo podía sustituir a la satisfacción. El modo no experimentó la misma aceptación en todo Occidente, pero, por ejemplo, en Alemania sí gozó de mucho predicamento ya que el derecho germánico estaba habituado a la idea de conmutar penas por el pago de una cantidad. También resultaba común que un sustituto –que podía ser un sirviente o un subordinado- recibiera sobre si la pena que debía satisfacer el penitente. En el año 1030, algunos obispos franceses lanzaron la idea de prometer una remisión parcial de la pena en recompensa por alguna obra que tuviera un carácter especialmente piadoso. Al cabo de unas décadas, semejante concepción se había extendido hasta el punto de que fue acogida por la Santa Sede que en 1063 proclamó la remisión total de los pecados a cambio de la buena obra que era luchar contra el islam. En 1187, el papa Gregorio VII permitió incluso que la indulgencia plenaria fuera recibida por aquel que no iba a la guerra, pero podía costear un soldado que lo sustituyera. De manera bien significativa –e inquietante– la indulgencia comenzaba ya a relacionarse con el dinero. Cuando concluyeron las cruzadas, distintos pontífices pensaron en la posibilidad de encontrar un sustituto que pudiera, a la vez, atraer al pueblo y resultar interesante desde una perspectiva económica. Así, el papa Bonifacio VIII estableció la indulgencia del jubileo que prometía una remisión completa de la pena a todos los que visitasen las tumbas de los Apóstoles en Roma una vez al día, durante quince días, durante el año jubilar de 1300. Inicialmente, el año jubilar debía ser cada cien años, pero los papas no tardaron en reducir el intervalo entre un año y el siguiente. En 1343, Clemente VI lo disminuyó a cincuenta años y en 1389, Urbano VI lo pasó a treinta y tres.
Leer más: http://protestantedigital.com/blogs/1806/Historia_de_la_practica_de_las_indulgencias

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Mateo 3:13-17

“Entonces aparece Jesús, que viene de Galilea al Jordán donde Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, porque conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces lo dejó.
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Es interesante pensar que cuando Dios se hizo una persona en Jesús, lo que buscó fue tener una experiencia humana al 100%. Por eso nace de una mujer, por eso crece en una familia común, con hermanos y hermanas. Por eso, incluso pide a Juan que lo bautice… para ser uno d nosotros/as sin aprovecharse en ningún momento de su condición divina. Sin privilegios.
Eso nos tira una pauta a nosotros/as, sus seguidores, para que no busquemos acomodarnos por más que nos lo ofrezcan, por más que nos digamos “todo el mundo lo hace”, por más que nos sintamos unos tontos por no aprovechar las oportunidades.
Justamente porque quienes seguimos a Jesús proclamamos la justicia como parte del Reino de Dios y la exigimos incluso en la sociedad a las autoridades que corresponden.
Justamente también porque decimos (y creemos) que Jesús vino a marcarnos la diferencia, esa diferencia a la que somos llamados a hacer por ser hijos e hijas de Dios.
¿Y por qué es importante no sacar tajada, no buscar privilegios?
Porque seríamos como el resto de la gente y porque al estar comprometidos con las personas más necesitadas y vulnerables, no somos coherentes con nuestro discurso, porque esas personas que decimos amar, no pueden acceder a los privilegios. Seríamos contradictorios y nuestro mensaje perdería su fuerza.
Sé que es difícil, a pesar de que somos simples humanos y los privilegios a los que podríamos acceder no dejan de ser humanos también ¿se imaginan lo difícil que fue para Jesús, que siendo Dios, tuvo que vivir nuestra limitación humana?
Si buscamos seguir sus pasos, si buscamos ser un reflejo de él a través de nuestra forma de vivir. Lo primero que debemos buscar es ser lo más justos posibles, no buscar la cuña que nos facilite algo para un beneficio propio, y lo más importante: amar a todas las personas, incluso las que no nos agradan demasiado.
Son los desafíos que nos presenta nuestra vida en la fe, esa vida que Dios nos ha dado y nos ha privilegiado con la posibilidad de Vida eterna, como sus hijos e hijas. Amén.

Querido Jesús, ayúdame a ser humilde, a nunca buscar ventajas ni privilegios y a valorar el esfuerzo y la dedicación. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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