lunes, 1 de julio de 2013

29 de Junio

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 16

“Protégeme, oh Dios, pues en Ti me refugio.

Yo dije al Señor: “Tú eres mi Señor;
Ningún bien tengo fuera de Ti.”
En cuanto a los santos que están en la tierra,
Ellos son los nobles en quienes está toda mi delicia.

Se multiplicarán las aflicciones de aquéllos que han corrido tras otro dios;
No derramaré yo sus libaciones de sangre,
Ni sus nombres pronunciarán mis labios.

El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares agradables;
En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado.

Bendeciré al Señor que me aconseja;
En verdad, en las noches mi corazón me instruye.
Al Señor he puesto continuamente delante de mí;
Porque está a mi diestra, permaneceré firme.

Por tanto, mi corazón se alegra y mi alma se regocija;
También mi carne morará segura,
Porque Tú no abandonarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que Tu Santo sufra corrupción.
Me darás a conocer la senda de la vida;
En Tu presencia hay plenitud de gozo;
En Tu diestra hay deleites para siempre.” Amén.

Curiosidades


El desarrollo pleno de la idea de libertad aparece en los evangelios y en las epístolas de hablo, en los que revela que los enemigos de quienes Dios libera a su pueblo por medio de Cristo son el pecado, Satanás, la ley y la muerte.
El ministerio público de Jesús fue de liberación. Él mismo lo inició proclamándose como el cumplimiento de Isaías 61:1: “…me ha ungido… (para) pregonar libertad a los cautivos”. Cristo ignoró los deseo de los zelotes de lograr una liberación nacional de Roma, y declaró que había venido a liberar a los israelitas del estado de esclavitud al pecado y a Satanás en que los había encontrado.
Había venido, dijo, a derrotar al “príncipe de este mundo”, al “hombre fuerte”, y a liberar a sus prisioneros. Los exorcismos y las curaciones formaban parte de esta obra de liberación. Cristo apeló a estos hechos como prueba positiva de la llegada del reino de Dios a los seres humanos.
Pablo acuerda considerable importancia al pensamiento de que Cristo libera a los creyentes, aquí y ahora, de las influencias destructivas que anteriormente los esclavizaban: del pecado, ese amo tiránico cuya paga por los servicios prestados es la muerte; de la ley como sistema de salvación, que ponía de manifiesto el pecado y le daba su fuerza; del demoníaco “poder de las tinieblas”; de la superstición politeísta; y de la carga del ceremonialismo judío. A todo esto, afirma Pablo, se añadirá en su momento la libertad del remanente parcial de esclavitud al pecado que mora en nosotros, y de la decadencia física y la muerte.
Esta libertad, en todos los aspectos, es un don de Cristo, quien por su muerte redimió a su pueblo de la esclavitud. La libertad presente de los efectos de la ley, y de las garras del pecado y la muerte, se hace efectiva en los creyentes por el Espíritu que nos une en Cristo por la fe. La liberación trae aparejada la adopción; los que son liberados de culpabilidad se convierten en hijos de Dios, y reciben el Espíritu de Cristo como Espíritu de adopción, que les asegura que realmente son hijos y herederos de Dios.
La respuesta del ser humano al don divino de la libertad, y por cierto el mismo de recibirla, es una aceptación de la esclavitud a Dios, a Cristo, a la justicia, y a todos los seres humanos por amor al evangelio y al Salvador. La libertad cristiana no equivale a una abolición de la responsabilidad, ni a una sanción de la licencia. El cristiano ya no se encuentra “bajo la ley” para la salvación, pero esto no quiere decir que esté “sin ley de Dios”. La ley divina, en la forma que la interpretó y ejemplificó Cristo mismo, permanece como modelo de la voluntad de Cristo para los que él mismo liberó. En consecuencia, los cristianos están “bajo la ley de Cristo”. La “ley de Cristo” – “ley de la libertad”, según Santiago – es la ley del amor, el principio del sacrificio personal voluntario y sin reservas por el bien de los seres humanos y la gloria de Dios. Esta vida de amor es la respuesta de gratitud que el evangelio liberador exige y evoca. La libertad cristiana es precisamente libertad para el amor y el servicio a Dios y los seres humanos, y por lo tanto se abusa de ella cuando se convierte en excusa para la licencia sin amor, o la desconsideración irresponsable.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Gálatas 5:1.13-18

“Para libertad fue que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra vez al yugo de esclavitud…
…Porque ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; sólo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros. Porque toda la Ley en una palabra se cumple en el precepto: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo.” Pero si ustedes se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, no sea que se consuman unos a otros.
Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen. Pero si son guiados por el Espíritu, no están bajo la Ley.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

“Libertad no es despertarte una mañana sin cadenas: es algo más.
Libertad no es poseer las llaves de todas las puertas: es algo más.
Libertad no es construirte, solitario, un mundo aparte: es algo más.
Libertad es convivir, decidir, elegir.
Libertad es amar, comprender y luchar para que todos tengan libertad.”
Tantas canciones, poesías y palabras se han dicho y escrito sobre la libertad.
La libertad es un anhelo del ser humano desde siempre, una búsqueda, pero a la vez algo tan difícil de conseguir.
Muchas veces la confundimos con otras cosas: la imposición de nuestros caprichos, el hacer lo que nosotros queremos, la ausencia de límites…
Pero eso no es libertad, porque somos esclavos de nuestro egoísmo, de la búsqueda del placer, como una adicción que nos domina y dirige, que nos engaña diciéndonos que eso es estar libre, ser libre.
Porque la libertad es el poder tomar nuestras propias decisiones, pero siempre teniendo en cuenta las consecuencias que esto trae. La libertad también es responsabilidad, en el sentido de que no vivo sola en el mundo, sino que mi vida está entrelazada con las vidas de las personas que comparten conmigo el planeta.
Todo lo que hago repercute en el otro de alguna manera, en algún momento, para bien o para mal. Por eso cuando hablo de mi libertad, siempre la debo pensar desde la libertad del otro también, no sea que mi libertad afecte la libertad del otro, y que lo que yo siento es mi derecho daña al otro.
Dice la canción: “Libertad es convivir, decidir, elegir. Libertad es amar, comprender y luchar para que todos tengan libertad.” Y de eso se trata, de que sea una lucha, un camino, un proceso en donde toda persona tenga su espacio y sus derechos respetados.
La libertad no es fácil de lograr porque a veces estamos presos de nosotros mismos: de nuestros miedos, de nuestros preconceptos, de nuestras frustraciones, de nuestras limitaciones impuestas por nosotros mismos o por nuestro entorno.
Jesús nos propone la libertad, esa libertad que nos da el descansar en él, dejando que obre mientras que buscamos seguir sus pasos, en la certeza de que nos dará las fuerzas y abrirá las puertas que por nuestros propios medios no logramos. Amén.


Querido Jesús, hoy te quiero agradecer porque me has mostrado un camino nuevo, en donde puedo ser libre de verdad, en donde puedo ser yo misma con la certeza de ser amada y aceptada por vos. Ayudame a transmitir este mensaje de liberación, para que crezca como la levadura. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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