viernes, 29 de junio de 2012

1 de Julio

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 30

“Te alabo, Señor, porque me has salvado;
porque no dejaste que mis enemigos
se burlaran de mí.
Mi Señor y Dios,
te pedí ayuda, y tú me sanaste;
tú, Señor, me devolviste la vida;
¡me libraste de caer en el sepulcro!

Ustedes, pueblo fiel del Señor,
¡canten salmos y alaben su santo nombre!
Su enojo dura sólo un momento,
pero su bondad dura toda la vida.
Tal vez lloremos durante la noche,
pero en la mañana saltaremos de alegría.

En mi prosperidad llegué a pensar
que nunca conocería la derrota.
Y es que tú, Señor, con tu bondad,
me mantenías firme como un baluarte.
Pero me diste la espalda, y quedé aterrado.

A ti, Señor, seguiré clamando,
y jamás dejaré de suplicarte.
¿Qué ganas con que yo muera,
con que baje yo al sepulcro?
¿Acaso el polvo podrá alabarte?
¿Acaso el polvo proclamará tu verdad?
¡Escúchame, Señor, y tenme compasión!
¡Nunca dejes, Señor, de ayudarme!
Tú cambias mis lágrimas en danza;
me quitas la tristeza y me rodeas de alegría,
para que cante salmos a tu gloria.
Señor, mi Dios: ¡no puedo quedarme callado!
¡siempre te daré gracias!” Amén.

Curiosidades

En los evangelios dicen que los que hacían duelo en la casa de Jairo “lloraban y lamentaban mucho”, formando una gran multitud y provocando un gran disturbio; presumiblemente se golpeaban en el pecho en señal de dolor. En forma similar, cuando Esteban fue sepultado hubo “gran llanto”.
Jairo contrató músicos para acompañar el duelo, supuestamente para acompañar una endecha formal tanto en la casa como durante la procesión; porque Josefo dice que en 67 d.C. en Jerusalén (cuando hubo fracasado la revuelta judía en Galilea), “…muchos contrataban flautistas que acompañaban sus endechas”.
Posteriormente una ley rabínica impuso obligaciones especiales al esposo con su esposa. Según Judah (s.II d.C.) “Hasta los más pobres en Israel deberían contratar no menos de dos flautas y una mujer plañidera”. El que ningún cadáver debía permanecer dentro de los muros de Jerusalén durante la noche era un dicho rabínico más que la práctica normal; sin embargo, muchos textos indican entierros el mismo día. En Jn.11, espera el hedor de la descomposición dentro de los cuatro días. En Nain, Jesús se encontró con una procesión camino a la tumba, que incluía a la madre y muchas personas de la ciudad. El cuerpo estaba en el féretro que era llevado por los portadores.
Podemos contrastar esto con el sepelio del rey Herodes, cuyo cuerpo fue exhibido sobre un sofá de oro tachonado con piedras preciosas, y que vestía la púrpura real y una corona de oro. Su hijo Aquelao ofreció un suntuoso banquete funerario al pueblo, como era la costumbre de los más pudientes, cuya piadosa generosidad los “empobrecía”. El mismo Herodes había gastado pródigamente en el sepelio de Antígono (a quien asesinó), en el acondicionamiento del sepulcro, en costosas especies quemadas como incienso, en la preparación personal del cadáver.
El duelo seguía después del entierro. En el s.II a.C. sus reglas y sanciones se mantenían por 7 días; al final del s.I a.C. Aquelao hizo 7 días de duelo por Herodes, y en el s.I d.C. esta seguía siendo la norma. En el s.II d.C. los rabinos todavía hacen referencia a los 7 días de duelo. Un período mayor de 30 días era excepcional.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Marcos 5:21-43

Jesús regresó en una barca a la otra orilla, y como una gran multitud se reunió alrededor de él, decidió quedarse en la orilla del lago. Entonces vino Jairo, que era uno de los jefes de la sinagoga, y cuando lo vio, se arrojó a sus pies y le rogó con mucha insistencia: «¡Ven que mi hija está agonizando! Pon tus manos sobre ella, para que sane y siga con vida.»
Jesús se fue con él, y una gran multitud lo seguía y lo apretujaba. Allí estaba una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias y había sufrido mucho a manos de muchos médicos, pero que lejos de mejorar había gastado todo lo que tenía, sin ningún resultado. Cuando oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó el manto. Y es que decía: «Si alcanzo a tocar aunque sea su manto, me sanaré.» Y tan pronto como tocó el manto de Jesús, su hemorragia se detuvo, por lo que sintió en su cuerpo que había quedado sana de esa enfermedad. Jesús se dio cuenta enseguida de que de él había salido poder. Pero se volvió a la multitud y preguntó: «¿Quién ha tocado mis vestidos?» Sus discípulos le dijeron: «Estás viendo que la multitud te apretuja, y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”» Pero Jesús seguía mirando a su alrededor, para ver quién había hecho eso. Entonces la mujer, que sabía lo que en ella había ocurrido, con temor y temblor se acercó y, arrodillándose delante de él, le dijo toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, por tu fe has sido sanada. Ve en paz, y queda sana de tu enfermedad.»

Todavía estaba él hablando cuando de la casa del jefe de la sinagoga vinieron a decirle: «Ya no molestes al Maestro. Tu hija ha muerto.» Pero Jesús, que oyó lo que decían, le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas. Sólo debes creer.» Y con la excepción de Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo, no permitió que nadie más lo acompañara. Cuando llegó a la casa del jefe de la sinagoga, vio mucho alboroto, y gente que lloraba y lamentaba. Al entrar, les dijo: «¿A qué viene tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, sino dormida.» La gente se burlaba de él, pero él ordenó que todos salieran. Tomó luego al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró adonde estaba la niña. Jesús la tomó de la mano, y le dijo: «¡Talita cumi!», es decir, «A ti, niña, te digo: ¡levántate!» Enseguida la niña, que tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Y la gente se quedó llena de asombro. Pero Jesús les insistió mucho que no dijeran a nadie lo que había ocurrido, y les mandó que dieran de comer a la niña.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Es interesante cómo la fe interviene en la sanación. Y no estoy hablando solamente de la fe cristiana, sino en la confianza que tiene la persona enferma en tal o cual médico o tratamiento, por no hablar de las infinitas creencias de la gente, en donde hasta ídolos de la música popular son adorados por adjudicársele algún “milagro”.
De hecho, una vez que la persona se desanima, sobre todo cuando hablamos de enfermedades como por ejemplo el cáncer, sápidamente desmejora hasta que finalmente muere.
Lo he visto en muchas ocasiones, pero sobre todo recuerdo cuando mi madre volvió tan desanimada del médico que ante su problema le dijo: “Si hubiera venido antes”, y la verdad es que el propio médico también estaba pasando por un momento similar en su vida personal: el enfrentarse ante una enfermedad terminal.
Hubo un antes y un después de la visita al médico. Mi madre tiró la toalla y en poco más de dos semanas falleció. Se había cansado de luchar, había perdido la esperanza, la fe. Aunque no estoy hablando de tristeza y agonía, sino simplemente una entrega sumisa a la muerte, intentando disfrutar sus últimos momentos.
También he visto personas que los médicos no se explican cómo siguen con vida, ¡y con calidad de vida! Recuerdo un vecino que después de que ya lo habían desahuciado, siguió vivo por más de 10 años más, y una vida plena y feliz.
La fe es uno de los motores más importantes del ser humano: la confianza de que va a poder salir adelante, de que va a ir todo bien, de que las cosas pueden cambiar. La fe es lo que hace que la esperanza permanezca, lo que hace que no bajemos los brazos. Y si esa fe es en Dios, ¡mejor todavía! Porque Dios nunca nos va a defraudar ni abandonar. Amén.

Querido Jesús: hoy te quiero pedir que me ayudes a confiar en vos a pesar de que las cosas no me salgan del todo bien, o que pareciera que todo está en mi contra. Hoy te quiero pedir que me des la capacidad de ver tu presencia en mi vida, en percibir tu compañía en los momentos de soledad. ¡Gracias, mi Señor, porque sé que puedo confiar plenamente en vos! En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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