sábado, 3 de mayo de 2014

11 de Mayo

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 23

“Mi Señor es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.

Engalanas una mesa delante de mí
en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de mi Señor moraré por largos días.” Amén.

Curiosidades

¿Quién era Pedro?
 
El nombre original de Pedro era, al parecer, el hebreo Simeón; quizás, como muchos judíos, también adoptó “Simón”, usual en el NT, como nombre griego de sonido similar. Su padre se llamaba Jonás; él mismo era casado, y cuando viajaba como misionero su esposa lo acompañaba. El cuarto evangelio indica que Betsaida, apenas dentro de la provincia de Gaulanitis, y mayormente ciudad griega, fue su lugar de origen, pero también tenía casa en Capernaum, Galilea. Ambos lugares estaban situados en la orilla del lago, donde se ocupaba de la pesca, y en ambos lugares, tendría, indudablemente, abundantes contactos con gentiles. Simón hablaba arameo con fuerte acento norteño, y conservaba la piedad y las perspectivas de su gente, aunque no había sido instruido en la ley, no cabe dudas de que sabía leer y escribir. Es probable que haya recibido el influjo del movimiento de Juan el Bautista: su hermano Andrés fue discípulo de Juan.
El cuarto evangelio describe un período anterior al comienzo del ministerio de Cristo en Galilea, y a este ministerio se puede atribuir el primer contacto de Pedro con el Señor, por mediación de Andrés. Esto hace más comprensible el posterior llamado al grupo íntimo de los Doce.
Fue en calidad de discípulo que Simón recibió su nuevo título arameo Kefa (Cefas), “roca” o “piedra”, que generalmente aparece en el NT en la forma griega Petros. Según Juan 1, Jesús le confirió este t´tulo (que no se conocía como nombre de persona) en su primer encuentro. La designación usual de Juan es “Simón Pedro”. Marcos lo llama Simón hasta 3,16, y Pedro casi invariablemente después. De todos modos, no hay nada que sugiera que las solemnes palabras de Mt.16 representen el otorgamiento de dicho nombre.
(Nuevo Diccionario Bíblico, 1º Edición – Ediciones Certeza - pág.1061)

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

1 Pedro 2:20b-25

Pero si por hacer lo que es bueno sufren, y lo soportan, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Para esto fueron llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigan sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida han sido sanados! Ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al Pastor y Obispo de sus almas.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Cuando leemos textos como el que compartimos hoy, para muchas personas la fe cristiana puede resultar como una suerte de masoquismo institucionalizado, en donde el sufrimiento es algo agradable a Dios. Pero creo que esto sería una simplificación del mensaje.
El punto más bien está en saber que si queremos seguir los pasos de Jesús, si queremos hacer lo bueno, seguramente también vamos a “molestar” a aquellos que hacen daño a los demás, los que se aprovechan de otras personas, aquellos que son corruptos, porque como cristianos somos llamados a denunciar toda injusticia, a no quedarnos de brazos cruzados viendo los abusos y el maltrato de unas personas sobre otras.
De ahí es que el hacer lo que es bueno puede al mismo tiempo significar sufrimiento, incluso peligro. Pensemos simplemente en diferentes personas que siguiendo su fe han tenido que sufrir en las cárceles o han sido asesinados, desde Pablo, Esteban y otros discípulos de Jesús, hasta nuestros días, en donde seguramente se nos vienen a la mente personas conocidas y otras no tanto.
Hacer el bien no siempre significa sufrir, o al menos no sólo significa dejar de lado una parte de nuestra vida, sino que en este desafío de seguir las pisadas de Jesús, también hay muchas satisfacciones, también hay alegrías, también hay premios, tal vez con otro valor al del dinero o el bienestar.
Vivir la fe plenamente, buscar hacer el bien como un estilo de vida nos trae sinsabores e incluso peligro, pero nada se equipara al encuentro, a la alegría de ayudar, al apoyo incondicional de los que por la fe formamos una familia.
La fe nos une como una gran familia en donde nos acompañamos y hacemos más posible este camino al que somos invitados como hijos e hijas de Dios por Cristo. Cuando se comparte los intereses, las iniciativas, las inquietudes y los objetivos, aunque se encuentren con obstáculos, incluso los más duros, todo se hace más fácil y llevadero.
Justamente porque Jesús supo de la soledad y la debilidad humana es que formó la comunidad cristiana desde el principio, llamando a sus discípulos. Hoy seguimos esa misma forma, y aunque a veces no parezcamos tan comprometidos, a la hora de las dificultades y la necesidad, como la familia que la une el afecto, nos juntamos y nos fortalecemos mutuamente, para hacer lo bueno a pesar de los que se oponen a ello. Amén.

Querido Jesús, vos me enseñaste que si dejo de concentrarme en mi dolor, éste pierde intensidad, y que si lo que hago no es bueno solo para mí, sino que tiene una finalidad más allá de mis propios intereses, si buscan seguir tus enseñanzas, ese sufrimiento bien vale la pena, no como una religión masoquista, sino como un resultado de mi compromiso en la fe. Ayudame a no tenerle miedo a las consecuencias de trabajar para tu Reino, ayudame a ser fuerte y a permanecer firme en mi fe y a mis ganas de caminar sobre tus pisadas. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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