jueves, 15 de agosto de 2013

18 de Agosto

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 40

“Esperé pacientemente al Señor,
Y El se inclinó a mí y oyó mi clamor.

Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso;
Asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos.

Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios.
Muchos verán esto, y temerán
Y confiarán en el Señor.

Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza,
Y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad.

Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que Tú has hecho,
Y muchos Tus designios para con nosotros;
Nadie hay que se compare contigo;
Si los anunciara, y hablara de ellos,
No podrían ser enumerados.

Sacrificio y ofrenda de cereal no has deseado;
Me has abierto los oídos;
Holocausto y ofrenda por el pecado no has pedido.
Entonces dije: “Aquí estoy;

En el rollo del libro está escrito de mí;
Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío;
Tu ley está dentro de mi corazón.”

He proclamado buenas nuevas de justicia en la gran congregación;
No refrenaré mis labios,
Oh Señor, Tú lo sabes.

No he escondido Tu justicia dentro de mi corazón;
He proclamado Tu fidelidad y Tu salvación;
No he ocultado a la gran congregación Tu misericordia y Tu fidelidad.

Tú, oh Señor, no retengas Tu compasión de mí;
Tu misericordia y Tu fidelidad me guarden continuamente,

Porque me rodean males sin número;
Mis perversidades me han alcanzado, y no puedo ver;
Son más numerosas que los cabellos de mi cabeza,
Y el corazón me falla.

Ten a bien, oh Señor, libertarme;
Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Sean avergonzados y humillados a una
Los que buscan mi vida para destruirla;

Sean vueltos atrás y cubiertos de ignominia
Los que se complacen en mi mal.
Queden atónitos a causa de su vergüenza
Los que me dicen: “¡Ajá, ajá!”

Regocíjense y alégrense en Ti todos los que Te buscan;
Que los que aman Tu salvación digan continuamente:
“¡Engrandecido sea el Señor!”

Por cuanto yo estoy afligido y necesitado,
El Señor me tiene en cuenta.
Tú eres mi ayuda y mi libertador;
Dios mío, no Te tardes.Amén.

Curiosidades


El pecado estaba ya presente en el universo desde antes de la caída de Adán y Eva. La Biblia, sin embargo, no se ocupa directamente del origen del mal en el universo, sino trata más bien del pecado y su origen en la vida del ser humano. El verdadero impacto de la tentación demoníaca en la narración de la caída en Gn.3 radica en la sutil sugerencia de la aspiración humana a llegar a ser igual a su hacedor. Satanás dirigió su ataque contra la integridad, la veracidad, y la amante provisión de Dios, y su propuesta consistió en estimular una perversa y blasfema rebelión contra el verdadero Señor del ser humano. Con este acto el ser humano hizo un intento de alcanzar la igualdad con Dios, trató de expresar su independencia de él, y, por lo tanto de cuestionar tanto la naturaleza misma como el orden de la existencia mediante la cual vive como criatura, en completa dependencia de la gracia y las estipulaciones de su creador. “El pecado del ser humano radica en su pretensión de ser Dios”. Con este acto, aún más, el ser humano cometió una blasfemia al negarle a Dios el culto y la amorosa adoración que debe ser siempre la respuesta correcta del ser humano a la majestad y la gracia divinas, y en lugar de ello rindió homenaje al enemigo de Dios, y sus propias ambiciones envilecidas.
Por consiguiente, según Gn.3, no debe buscarse el origen del pecado en una acción abierta, sino en una aspiración interior de negar a Dios, de la cual el acto de desobediencia sólo fue la expresión inmediata. En cuanto al problema de cómo pudieron Adán y Eva haberse visto envueltos en tentación si anteriormente no habían conocido pecado, la Escritura no entra en una discusión detallada. No obstante, en la persona de Jesucristo da testimonio de un Ser Humano que fue sometido a tentación “en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. El origen último del mal es parte del “misterio de la iniquidad”, pero una razón discutible del relativo silencio de la Escritura es que una “explicación racional” del origen del pecado daría como resultado inevitable el hacer que la atención se desvíe del propósito principal de la Escritura, que es la confesión de mi culpa personal. En última instancia, dada la naturaleza de la cuestión, el pecado no es algo que se pueda “conocer” objetivamente; “el pecado se postula a sí mismo”.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Hebreos 12:1-4

“Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia (perseverancia) la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
Consideren, pues, a Aquél que soportó tal hostilidad de los pecadores contra El mismo, para que no se cansen ni se desanimen en su corazón. Porque todavía, en su lucha contra el pecado, ustedes no han resistido hasta el punto de derramar sangre.” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Vivir la vida con los ojos puestos en Jesús.
¿Cómo es esto?
Una de las cosas que me permitían volver a casa, en el campo, cuando ya había oscurecido, era mirar siempre hacia las luces de la chacra, de la casa. Eso sobre todo me daba seguridad, pensar que en un ratito estaría en el calor acogedor de mi hogar, junto a mis padres y la deliciosa comida en la mesa, lejos de todos los peligros de la noche.
Esta experiencia de mi infancia es lo más parecido a vivir una vida con los ojos puestos en Jesús. El lograr ver en medio de todas mis dificultades y contratiempos, a Jesús guiando, sosteniendo, no permitiendo que sucumba, que caiga, que me pierda.
Sentir que Jesús me rodea con sus brazos cálidos a la hora de la tristeza, que me calma en el enojo, que me sostiene cuando me encuentro sin fuerzas.
Ver la luz, la meta, aunque sea muy a lo lejos, pero saber que está, y que me espera. Saber que aunque alrededor mío todo es un caos, allá lejos, si sigo firme y tenaz, me espera el descanso, el alivio la paz. El no desesperar, el saber que no estoy sola, que aunque parece que no lo voy a poder soportar o que ya no tengo fuerzas, esa luz lejana, esos ojos de Jesús, mirándome serenamente, me devuelve el espíritu y puedo seguir adelante.
Esa es la fe, mi fe, en que no estoy sola, que Jesús me sostiene y yo me entrego en esa seguridad, en esa certeza, en esa esperanza, porque sé que me ama y me espera. Ese mismo sentimiento que tuve de niña cuando caminaba cada vez más ligero, pensando que mis padres me esperaban con todo su amor, y que si me demoraba, salían a buscarme. Los ojos fijos en Jesús, en su cruz, en su vida, en su perseverancia como hombre aquí en la tierra, pero también en el gran milagro de la resurrección, vida por vida, más vida, contención, amor, paz. Mis ojos fijos en los ojos de Jesús, que me miran tiernamente porque me ama, porque me cuida, porque me espera, me tiene paciencia y confía que puedo llegar a él. Amén.

Querido Jesús: ¡qué bueno es saber que estás ahí, cuidando de mí, dejándome vivir libremente, eligiendo, pero a la vez esperando que llegue a vos! Mis ojos fijos en tus ojos, que son luz, que son mi guía, que son mi paz y mi seguridad. ¡Gracias por ser mi amigo fiel! ¡Gracias por lo mucho que me das! En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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