sábado, 25 de febrero de 2012

26 de Febrero

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 25


“A ti, mi Señor, levantaré mi alma.

Dios mío, en ti confío;
no sea yo avergonzado.

¡No se alegren de mí mis enemigos!

Ciertamente, ninguno de cuantos esperan en ti será confundido;
serán avergonzados los que se rebelan sin causa.

Muéstrame, mi Señor, tus caminos;
enséñame tus sendas.

Encamíname en tu verdad y enséñame,
porque tú eres el Dios de mi salvación;

en ti he esperado todo el día.

Acuérdate, mi Señor, de tus piedades y de tus misericordias,
que son perpetuas.

De los pecados de mi juventud y de mis rebeliones no te acuerdes.
Conforme a tu misericordia acuérdate, mi Señor, de mí,

por tu bondad.

Bueno y recto es mi Señor;
por tanto, él enseñará a los pecadores el camino.

Encaminará a los humildes en la justicia
y enseñará a los mansos su carrera.

Todas las sendas de mi Señor son misericordia y verdad
para los que guardan su pacto y sus testimonios.

Por amor de tu nombre, mi Señor,
perdonarás también mi pecado, que es grande.

¿Quién es el hombre que teme a mi Señor?
Él le enseñará el camino que ha de escoger.

Gozará él de bienestar
y su descendencia heredará la tierra.

La comunión íntima de mi Señor es con los que lo temen,
y a ellos hará conocer su pacto.

Mis ojos siempre se dirigen hacia mi Señor,
porque él saca mis pies de la red.

Mírame y ten misericordia de mí,
porque estoy solo y afligido.


Las angustias de mi corazón se han aumentado;

sácame de mis congojas.

Mira mi aflicción y mi trabajo
y perdona todos mis pecados.

Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado
y con odio violento me aborrecen.

¡Guarda mi alma y líbrame!
No sea yo avergonzado, porque en ti he confiado.

Integridad y rectitud me guarden,
porque en ti he esperado.

¡Redime, Dios, a Israel
de todas sus angustias!” Amén.


Curiosidades


¿Cómo es el desierto de Judea?


El Desierto de Judea limita con las Montañas de Judea al oeste y con el Mar Muerto al este. Se considera un desierto relativamente pequeño, que abarca sólo unos 1.500 kilómetros cuadrados, pero contiene muchas reservas naturales fascinantes, enclaves históricos, monasterios y paisajes primitivos que lo convierten en un lugar interesante y único que visitar.

El Desierto de Judea ofrece innumerables vistas sobrecogedoras siempre cambiantes. Montañas, cortados y colinas cretáceas junto a mesetas, cauces fluviales y profundos cañones. Este desierto lo atraviesan a todo lo largo y ancho diversos ríos que han excavado gargantas de hasta 500 metros de profundidad. Algunos de estos ríos llevan agua todo el año y crean oasis como los de Nahal Arugot, Nahal Prat y Nahal David. Los antiguos cortados de la vertiente oriental del desierto se elevan hasta una altura de 300 metros sobre la costa del Mar Muerto, y al pie se hallan las reservas naturales de Ein Gedi y Einot Tzukim.

El desierto de Judea está próximo a Jerusalén y su población es relativamente escasa. Los pocos asentamientos que hay allí se establecieron en su perímetro. Este desierto es conocido por su accidentado paisaje, que a lo largo de la historia ha dado cobijo y ocultado a rebeldes y zelotes, y ha proporcionado soledad y aislamiento a monjes y eremitas. En tiempos de los macabeos (hace unos 2.000 años) se construyeron en el desierto grandes fortalezas como Massada y Horkenya. Durante la gran rebelión contra Roma, la última batalla de los judíos zelotes se libró en Massada, y en tiempos del Segundo Templo vivieron aquí miembros del culto del Desierto de Judea.
Hace varias décadas se descubrieron aquí los
Rollos del Mar Muerto ocultos en una caverna de Qumrán, documentos que permitieron arrojar luz acerca de la Biblia y del periodo en el que se escribieron. En el Parque Nacional de Qumrán se pueden conocer hoy los restos arqueológicos del asentamiento judío que hubo allí.

Los rebeldes judíos no fueron los únicos que vivieron en el Desierto de Judea. En la época bizantina (hace unos 1.500 años) vivió allí una orden monástica especial conocida como Laura, que basaba su modo de vida en el aislamiento y la soledad totales. Los magníficos monasterios que pertenecieron a los monjes de esta orden se construyeron en los riscos y en las grietas de las rocas creando pequeñas cámaras individuales y cúpulas para las reuniones de los días de oración.
Se han construido muchos monasterios en el Desierto de Judea. Algunos de ellos siguen activos, mientras que los de
Mar Saba, Mar Jirias y otros están deshabitados y sólo quedan sus ruinas.

Cerca de este desierto y de sus monasterios se encuentra uno de los lugares más importantes de la Cristiandad, el lugar del río Jordán donde Jesús fue bautizado por Juan el Bautista. Según la tradición cristiana, las aguas del río Jordán son sagradas, y muchos peregrinos llegan aquí para sumergirse en ellas (este lugar se trasladó posteriormente al punto donde el Jordán sale del lago Kinneret, ya que es de más fácil acceso).


Evangelio


Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Marcos 1:12-15


“Luego el Espíritu lo impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días. Era tentado por Satanás y estaba con las fieras, y los ángeles lo servían.

Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse y crean en el evangelio!»” Amén.


Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:


Es curioso cómo cuando hablamos del Reino de Dios, generalmente estamos pensando en la vida después de la muerte. Algo que sólo vamos a vivir en un futuro, y no aquí en la tierra. Es más muchas veces en nuestras iglesias se ha predicado esto.

Pero no es lo que Jesús dijo, sino “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado”. El Reino de Dios, a partir de Jesús, está aquí y ahora, en este tiempo y en esta tierra. Pero hay algo que necesariamente también debe existir, y que depende de nosotros: el arrepentimiento y la fe.

Tal vez te suene raro esto de arrepentimiento ¿de qué hay que arrepentirse? ¿qué has hecho particularmente malo para que te tengas que arrepentir?

En realidad tiene que ver con una toma de conciencia de la vida que llevás, de la vida que llevamos, cuáles son nuestras prioridades, nuestros intereses y valores. El arrepentimiento es un balance, una introspección, en la cual miramos nuestra vida y la evaluamos. Vemos en qué usamos nuestra energía, nuestro tiempo, nuestro dinero. Analizamos qué cosas son importantes y trascendentes y qué cosas nos construyen como personas, nos elevan y nos permiten superarnos y mejorarnos.

Este paso tiene que ser de un sinceramiento absoluto, mirarse al espejo sin mentiras ni tapujos. Una vez que nos analizamos, buscamos hacer la limpieza, dejar de lado todo aquello que nace del egoísmo, de la mezquindad, de la autocomplacencia. Y rescatamos todo lo positivo, lo que nos permite mejorarnos y superarnos, y nos comprometemos a tratar de vivir apuntando hacia estos valores.

Este proceso es el arrepentimiento, tal vez la palabra hoy día resulta extraña o generalmente la utilizamos para situaciones más concretas y específicas.

Junto con esta evaluación está la fe, el creer y confiar que Dios me va a permitir y te va a permitir dar el giro en la vida que queremos, que buscamos, para que nuestra vida tenga más sentido y la podamos vivir según el evangelio, según Jesucristo.

El arrepentimiento y la fe van de la mano y están íntimamente ligadas. Una fe sin un balance y un análisis de nuestra vida. Una fe en la cual no asumimos nuestra responsabilidad, es una fe a medias, una fe que no puede producir frutos, ya que los frutos nacen de la convicción de que queremos un cambio en nuestras vidas, y que en Jesús lo podemos lograr. Los frutos son el resultado y la manifestación de una vida en la fe.

Es entonces que el Reino de Dios se hace presente aquí y ahora, a través nuestro, como herramientas de Dios que aceptamos la transformación a la que Cristo nos ha llamado. El Reino de Dios en mi vida, en la tuya, en tu barrio, en nuestro pueblo. Una presencia concreta que transforma no sólo la vida de quien cree en Cristo, sino de los que nos rodea. Amén.


Querido Jesús, ¡qué hermoso es pensar que no hace falta morir para experimentar tu Reino! Un Reino que se manifiesta a través de aquellas personas que tienen fe en Dios y que han decidido aceptar tu ofrecimiento de ser sus herramientas. Yo también quiero ser parte de esto, también quiero ser parte de esa transformación en donde el Reino de Dios se acerca a nosotros y nos permite vivir un adelanto del Reino de Gloria. Te lo pido a vos que junto al Padre y al Espíritu Santo, reinas por toda la eternidad. Amén.

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