viernes, 7 de octubre de 2011

9 de Octubre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 23


“Mi Señor es mi pastor, nada me faltará.


En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.


Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.


Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.


Aderezas mesa delante de mí
en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.


Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de mi Señor moraré por largos días.”
Amén.


Curiosidades


¿Cómo eran las bodas en los tiempos de Jesús?


Las costumbres antiguas de las bodas judías son bastante difíciles de determinar, según los expertos. No disponemos más que de referencias dispersas y fragmentarias que nos impiden configurar una visión completa. Además, las costumbres variaban de un distrito judío a otro.

Así lo confirma Joachim Jeremías en su libro “Las parábolas de Jesús”:

La idea errónea ha surgido porque no poseemos una descripción de una fiesta nupcial conectada con la época de Jesús, sino colecciones modernas de material que intentan construir un mosaico conectado al margen de las alusiones dispersas encontradas en la literatura rabínica. Hay evidencias de que estas colecciones de material son incompletas. Esto no es sorprendente en vista de la situación con respecto a las fuentes; el material es limitado y muy disperso, y la imagen es extraordinariamente variada; entonces y ahora, las costumbres de las bodas diferían de un distrito a otro; más aún, tras la destrucción del Templo, bajo el repetido impacto de los desastres nacionales, los judíos sufrieron grandes restricciones; pero sobre todo, los informes ocasionales que poseemos están muy distribuidos en el espacio y en el tiempo: en el espacio vienen de Palestina y Babilonia, mientras que en el tiempo se extienden en muchos siglos.

Teniendo presente estas limitaciones intentaremos recopilar de forma resumida el típico proceso de una boda de aquel tiempo.

El joven pretendiente solía acudir a casa del padre de la novia portando una gran suma de dinero, un contrato de esponsales (redactado por las autoridades y costeado por el futuro novio), y un pellejo de vino.

En cuanto entraba en una casa un joven portando estas cosas ya se sabía a qué venía. Entonces el pretendiente discutía con el padre de la chica y con los hermanos mayores el precio acordado para poder desposar a su hija. Si finalmente el padre accedía, bebía con el pretendiente un trago de vino, y se invitaba a la hija a pasar. Si la hija accedía, entonces había acuerdo, y la hija y el pretendiente sellaban su acuerdo de esponsales bebiendo de misma copa de vino, mientras se pronunciaba una bendición.

Desde ese momento y hasta doce meses después tenían lugar los esponsales. El momento del inicio de los esponsales se marcaba con un regalo de boda, y la novia era tratada como si realmente estuviera casada. La unión no podía disolverse excepto por un divorcio legal.

Después del contrato de esponsales los novios continuaban separados cada uno en la casa de sus padres. Durante este período la novia se preparaba para su futuro papel de esposa y el novio se encargaba de conseguir el futuro alojamiento para su mujer, que podía ser incluso una habitación dentro de la casa de los padres.

Finalmente llegaba el día de la boda, Alfred Edersheim, en sus “Bocetos de la vida social judía”, nos relata más detalles:

El matrimonio seguía después [de los esponsales] tras un período más o menos largo, los límites de los cuales estaban fijados por la ley. La ceremonia en sí consistía en conducir a la novia a la casa del novio, con ciertas formalidades, la mayor parte datadas de tiempos antiguos. El matrimonio con una doncella se celebraba comúnmente por la tarde de un miércoles, lo cual dejaba los primeros días de la semana para los preparativos, y permitía al marido, si tenía alguna acusación en contra de la supuesta castidad de su prometida, realizarla de inmediato ante el sanedrín local, que se reunía cada jueves. Por otra parte, el matrimonio con una viuda se celebraba en jueves por la tarde, lo que dejaba tres días de la semana “para gozarse con ella”.

Las procesiones previas a la ceremonia constituían una parte importante del ritual, como describe Joachim Jeremias:

A última hora de la tarde los invitados se entretenían en la casa de la novia. Después de horas de esperar al novio, cuya llegada era repetidamente anunciada por mensajeros, llegaba finalmente, media hora antes de la media noche, para encontrarse con la novia; iba acompañado de sus amigos; iluminado por las llamas de las candelas, era recibido por los invitados que habían venido a encontrarse con él. La comitiva de la boda se desplazaba entonces, de nuevo en medio de muchas luminarias, en una procesión festiva hasta la casa del padre del novio, donde tenía lugar la ceremonia del matrimonio y el agasajo.

Siguiendo con Edersheim, comenta en varios pasajes:

En Judea había en toda boda dos amigos del novio. Antes del matrimonio, actúan como intermediarios entre la pareja; en la boda ellos ofrecen regalos, asisten a los novios y les atienden en la habitación nupcial, siendo también los garantes de la virginidad de la novia.

Con una bendición, precedida por una breve fórmula, con la que la novia era entregada a su marido, las festividades de la boda comenzaban. Después la pareja era conducida a la habitación nupcial y al lecho nupcial). La novia iba ya con su cabello descubierto.

La costumbre del velo nupcial, sea para la novia sólo o extendido sobre la pareja, data de tiempos antiguos. Fue suprimida por un tiempo por los rabbís después de la destrucción de Jerusalén. Todavía más antiguo era portar coronas, que también estuvo prohibido después de la última guerra judía. Palmas y ramas de mirto eran llevadas delante de la pareja, grano o monedas eran arrojadas sobre ellos, y la música precedía la procesión, a la cual era obligación religiosa sumarse si alguien se encontraba con ella. La parábola de las diez vírgenes, que con sus lámparas, estaban a la espera de la llegada del novio, está basada en una costumbre judía. Las festividades del matrimonio duraban una semana, pero los días nupciales se extendían por todo un mes.

Previamente a la boda, la novia debía purificarse debidamente en un baño ritual. Por su parte, el novio debía preparar la habitación nupcial.

La ceremonia implicaba realizar un segundo contrato. En este contrato se disponía de los llamados “amigos del novio”, dos testigos especiales que se encargan de atender a las necesidades de la pareja. Después de firmar estos testigos se llevaba el contrato a los padres de la novia. El contrato contenía las promesas que el novio se comprometía a realizar con su futura mujer.

Después de la ceremonia, los novios se retiraban a su habitación nupcial, aquí el novio entregaba unos regalos a la novia.

Durante una semana los novios permanecían todo el tiempo en la cámara nupcial, vigilada por los “dos amigos del novio”. Cuando el novio finalmente da una voz, entran los amigos y salen con la buena noticia de la consumación del matrimonio. En ese momento salen los novios, momento en que se ve por primera vez a la novia con el velo descubierto.

Este hecho es recibido con gran regocijo por parte de los invitados, lo cual iniciaba la fiesta de la boda, donde se servía comida, se bailaba y se cantaba al son de la música. Las comidas exigían el uso de una gran cantidad de agua para realizar los frecuentes enjuagues y lavatorios rituales. La fiesta duraba toda una semana, al término de la cual todos los invitados regresaban a sus casas.


Evangelio


Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Mateo 22:1-14


“Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo:

«El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de boda a su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero estos no quisieron asistir. Volvió a enviar otros siervos con este encargo: "Digan a los invitados que ya he preparado mi comida. He hecho matar mis toros y mis animales engordados, y todo está dispuesto; vengan a la boda". Pero ellos, sin hacer caso, se fueron: uno a su labranza, otro a sus negocios; y otros, tomando a los siervos, los golpearon y los mataron. Al oírlo el rey, se enojó y, enviando sus ejércitos, mató a aquellos homicidas y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus siervos: "La boda a la verdad está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. Vayan, pues, a las salidas de los caminos y llamen a la boda a cuantos encuentren". Entonces salieron los siervos por los caminos y reunieron a todos los que encontraron, tanto malos como buenos, y la boda se llenó de invitados.

»Cuando entró el rey para ver a los invitados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda, y le dijo: "Amigo, ¿cómo entraste aquí sin estar vestido de boda?" Pero él guardó silencio. Entonces el rey dijo a los que servían: "Átenlo de pies y manos y échenlo a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes", pues muchos son llamados, pero pocos escogidos».” Amén.


Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:


Estar dispuesta a aceptar la invitación que Jesús me hace. Una invitación tan buena como una fiesta. Parece irresistible…

Pero la verdad es que hay muchas personas invitadas a esa “fiesta”, pero en la vorágine de la vida de hoy piensan que lo pueden dejar para más adelante, cuando tengan más tiempo.

Yo siempre me pregunto ¿para cuándo… para cuando se jubilen? ¿y si mueren antes? ¿no es mucho el riesgo, el haber tenido la oportunidad de aceptar a Cristo y celebrarlo, y haberlo hecho?

Si pensamos en el culto, ese espacio en donde los cristianos nos nutrimos de la Palabra y en donde nos fortalecemos en comunidad, es sólo un par de horas (si llega a eso) por semana. Y en nuestro caso: ¡dos veces al mes! No es tanto, no me va a retrasar tanto en mi trabajo, en mis cosas. Pero es como que para participar de las actividades de la iglesia falta voluntad.

Y no basta con estar, nuestra presencia en el lugar no significa que estemos realmente. Jesús espera la alegría y el deseo de celebrar, con alma y cuerpo. Es muy triste preparar una fiesta y que los invitados vengan por obligación…

Pero la invitación no es sólo para que participemos de las actividades de nuestra iglesia. Es para la vida, una vida en alegría y dispuestos a enfrentar con optimismo los avatares de la vida, no importa cuáles sean las cosas que nos tocan enfrentar. Jesús te propone a vos y a mí una vida con una actitud diferente, que transmita la alegría de una vida en Cristo, de una vida en la fe.

Aceptar significa un cambio rotundo, vivir nuestra vida desde otra perspectiva. Quedarte con tus cosas y en la vida que tenés ahora, será eso, nada más. Una vida que no crece, que no se supera, que se aferra a lo efímero, a lo que no perdura.

Hay una invitación que vos tenés la posibilidad de aceptar o no, como toda invitación. Las opciones siempre tienen sus consecuencias y en este caso tampoco es diferente. Jesús te promete una vida plena, en donde él va a estar con vos en las buenas y en las malas, en donde él pone todo y vos disfrutás del regalo de la fe. Podés aceptar o no: es tu decisión. Amén.


Querido Jesús: parece atractiva tu propuesta, en verdad me siento bien y la paso bien cuando me dejo seducir y te acepto. Pero la corriente me lleva, me atrapa. Hay muchas ofertas que me tientan y me dejo llevar… a veces más bien la realidad me atrapa y me agobia y no logro encontrarle la vuelta a la vida… entonces me doy cuenta de lo mucho que necesito de tu Palabra liberadora, de darme cuenta que la vida no es tener, sino ser, y cuando soy yo misma, con todo lo que Dios me ha dado, entonces puedo ser feliz y celebrar, incluso en medio de las preocupaciones y angustias. Suena raro ¿no? Esa es la fe en vos, es confiar que vos estás conmigo y me protegés. Gracias, Jesús, por tanto amor y paciencia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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