martes, 5 de octubre de 2010

10 de Octubre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 98

“Canten a mi Señor un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.
Mi Señor ha dado a conocer su salvación,
a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;
se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.

Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
¡Aclamen a mi Señor, toda la tierra,
estallen, griten de gozo y entonen!
Entonen para mi Señor con la cítara,
con la cítara y al son de la salmodia;
con las trompetas y al son del cuerno aclamen
ante la faz del rey mi Señor.
Brama el mar y cuanto encierra,
el orbe y los que le habitan;
los ríos baten palmas,
a una los montes gritan de alegría,
ante el rostro de mi Señor, pues viene
a juzgar a la tierra;
él juzgará al orbe con justicia,
y a los pueblos con equidad.” Amén.
Curiosidades

¿Cómo era la vida de una persona con lepra en los tiempos de la Biblia?
Los leprosos son a menudo mencionados en la Biblia como víctimas de una enfermedad que se puede considerar endémica en aquellos tiempos y lugares bíblicos debido a las condiciones climatológicas, la escasa higiene y la falta de medios profilácticos. Pero a veces aparecen también en la Biblia como portadores de este mal para manifestación del poder de Dios o en castigo por algún pecado: así, Moisés, si bien momentáneamente y como una señal del poder milagroso que Dios le daba; su hermana María; el sirio Naamán, curado por Eliseo; el criado de Elíseo, Guejazi; el rey Ozías; probablemente Job durante la prueba, etc. Junto a éstos no escaseaban los leprosos entre la gente del pueblo: los cuatro innominados que estaban a las puertas de Samaria, los «muchos leprosos que había en Israel en tiempos de Eliseo». En el N. T., encontramos a Simón y los curados por Jesús, uno en Galilea y 10 en una aldea samaritana, de los cuales uno sólo volvió para darle las gracias.
Los casos mencionados testifican la gravedad de la enfermedad, cuya curación generalmente sólo se podía esperar de un milagro. Como un caso social generalizado y que afectaba a la vida de un pueblo religioso como Israel, el Levítico se ocupa expresamente de la enfermedad, caracterizando su condición de impureza legal y las medidas a adoptar: aislamiento del afectado y su reingreso en la comunidad en caso de eventual curación. El diagnóstico lo hacía el sacerdote, y tenía, por tanto, un valor religioso más que médico. En este contexto, el Levítico habla también y dictamina sobre la Lepra de las casas y de los vestidos, es decir, probablemente manchas de moho o salitre. Esto hace dudar si el Levítico se refiere a la enfermedad hoy conocida como tal, ya que, sin duda, había otras afecciones de la piel incluidas bajo la designación general entre las que es de suponer figuraba la Lepra propiamente dicha.
La condición de los leprosos era sumamente penosa, tanto por la enfermedad en sí, como por la proscripción social en que se hallaban, único remedio profiláctico entonces posible. El haber hecho a la Lepra objeto de un dictamen religioso se explica por la naturaleza del pueblo de Israel, un pueblo sacerdotal, que concebía toda la vida, hasta en los más pequeños detalles, como un culto a Dios. Por eso, los que no podían convivir dentro de la sociedad, eran también impuros para el culto. Toda esta legislación se acentuó a partir de la época del destierro con la preponderancia del sacerdocio, del cual proceden muchas de estas leyes de pureza legal. Por lo demás, la Lepra se considera también como una consecuencia de un castigo por el pecado, por lo que no pudo faltar, en su sentido amplio, entre las plagas que afligieron a Egipto, el opresor del pueblo de Dios.
Por eso mismo, los leprosos son también objeto de las promesas mesiánicas. Isaías pinta, en su famoso oráculo, al Siervo doliente, rehuido de todos como un leproso, el cual se halla en tal estado porque carga con los pecados del pueblo. La enfermedad es, en efecto, consecuencia del pecado, que Jesús ha venido a quitar con su sacrificio redentor. Por eso, la curación de los leprosos está entre las señales que da Jesús de que el Reino de Dios está ya entre los hombres. Hay una nota curiosa: no se dice que han sido «curados», sino «limpios»; ello es debido a que se emplea precisamente la terminología cultual de «pureza o impureza», para subrayar que tal concepto está ya superado en el Reino de Dios. Por lo demás, estas nociones «legales» han sido en general y definitivamente abolidas por Jesús, sustituidas por concepciones morales más profundas. A efectos del Reino de Dios, por tanto, los leprosos no sólo quedan, sino que «son» limpios. Si Jesús manda a los leprosos curados que se presenten al sacerdote, lo hace no por mantener un principio abolido por Él, sino como «testimonio» para los sacerdotes, es decir, para que ellos comprueben tanto su respeto a la ley como su poder para abrogar sus preceptos caducos.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Lucas 17:11-19

“Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ‘¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!’ Al verlos, les dijo: ‘Vayan y preséntense a los sacerdotes.’ Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’ Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado’.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

¡Qué bueno que es encontrarse con una persona agradecida!
En mi trabajo como pastora tengo hermosas experiencias que contar al respecto. Personas agradecidas, personas que no tienen una vida mejor que la tuya o la mía… en realidad en muchas ocasiones, bastante más complicada.
El agradecimiento, y sobre todo a Dios, nace generalmente a partir del sufrimiento, de la carestía, el no tener, el faltarle, ya que el ser humano es un bicho extraño que sólo se da cuenta de lo que tiene cuando lo perdió. Cuando de repente recupera al menos una pequeña parte de ello, sea salud, dinero, amor, etc., entonces lo valora y agradece s Dios.
Es bueno ser agradecido porque uno se conforma con lo que tiene, lo disfruta. El vivir siempre pensando en lo que nos falta, afligirnos y amargarnos mirando a otras personas que sentimos que están mejor que nosotros sin merecerlo más que nosotros es una especie de enfermedad.
Uno puede sumergirse en la autolástima, en la autocompasión, y no hay nada más desagradable que estar escuchando horas y horas cómo la mala suerte o incluso Dios la castiga, porque esa persona no se conforma con lo que tiene, es más, no logra ver lo que tiene: familia, comida, techo, etc.
Generalmente las personas con problemas de salud, en la familia, económicos, son las que dicen: “Y, no me puedo quejar, yo estoy bien, Dios nunca me abandonó”.
Recientemente visité una viejita de 97 años, que sólo tiene a su hermano de 82 como familia. Ella está en un geriátrico y disfruta las horas delante de un ventanal en donde puede ver un jardín hermoso y el movimiento de la calle. Allí recibe el calor del sol y su luz. Es muy delgadita y hace poco se quebró la cadera y se recupera rápidamente, por lo que en poco tiempo hay perspectivas de que camine. Sus compañeros y compañeros en general están perdidos, no puede conversar con ellos. Estar ahí un rato es bastante deprimente, pero ella dice: “Yo no me puedo quejar, tengo una linda habitación, acá todos está muy limpio, la comida es muy rica y me tratan bien, la verdad que no me puedo quejar”. Aunque piensa en la muerte está esperando la primavera para salir al jardín.
Alegrarse por las pequeñas cosas de la vida. Agradecerle a Dios el estar vivo, tener un lugar donde cobijarse, amigos, familia, una buena comida, cosas simples que hacen a la esencia de la vida, de nuestra vida.
Muchas veces nos quejamos y quejamos por cosas que en realidad no tienen tanta importancia. Nuestro ritmo acelerado no nos permite ver la belleza y la simplicidad de la vida. El verla no hace agradecidos ya que el agradecimiento tiene que ver con la simplicidad, con la humildad. Saber agradecer, dar gracias, ¡qué importante que es! Y vos podés aprender a hacerlo, a ser agradecido: a las personas que te rodean, a las que ves por alguna circunstancia en especial, a Dios. Decir gracias me cambia a mí y a la persona que recibe mi agradecimiento. Hace que la vida sea más agradable y armónica. Sé agradecido en toda circunstancia, durante todo el día, te va a hacer una persona más feliz. Amén.

Querido Jesús, ayudame a ser agradecida, a ver lo bueno que tengo en esta vida y no vivir siempre pensando en lo que me falta. Agradecerte a vos, al Dios Padre, a las personas que me rodean, cuando voy al banco, al supermercado, a cualquier persona que es amable conmigo. Ayudame a ser agradecida porque sale el sol, porque llueve en los campos, porque tengo familia o porque la tuve. Ser agradecida, agradecerte eternamente, ése es mi anhelo y sé que vos me lo podés enseñar. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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