viernes, 4 de junio de 2010

6 de Junio

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 30

“Yo te alabo, mi Señor, porque me has levantado;
no dejaste reírse de mí a mis enemigos.
Mi Señor, Dios mío, clamé a ti y me sanaste.
Tú has sacado, mi Señor, mi alma del seol,
me has recobrado de entre los que bajan a la fosa.
Entonen a mi Señor los que lo aman,
alaben su memoria sagrada.
De un instante es su cólera, de toda una vida su amparo;
por la tarde visita de lágrimas, por la mañana gritos de alborozo.

Y yo en mi paz decía:
‘Jamás vacilaré.’
Mi Señor, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas;
mas retiras tu rostro y ya estoy desalentado.
A ti clamo, mi Señor,
a mi Dios piedad imploro:
¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa?
¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?
¡Escucha, mi Señor, y ten piedad de mí!
¡Sé tú, mi Señor, mi auxilio!
Has cambiado mi lamento en una danza,
me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría;
mi corazón por eso te entonará sin tregua;
mi Señor, Dios mío, te alabaré por siempre.” Amén.

Curiosidades

¿Dónde quedaba y cómo era la ciudad de Naím?
Hay una pequeña aldea que todavía lleva este nombre en la llanura de Jezreel, unos cuantos quilómetros al sur de Nazaret, en el borde del Hermón menor, y generalmente se la acepta como el escenario del relato evangélico. Surge un problema, sin embargo, por la referencia a la puerta de la ciudad; porque la aldea que hoy se llama Naín nunca fue fortificada, y por lo tanto nunca podría haber tenido una puerta en el sentido exacto del término. Pero la palabra “puerta” puede tener un uso más elástico, para indicar el lugar por donde entrebe el camino entre las casas de Naín. Una sugerencia ingeniosa resuelve la dificultad proponiendo que el sitio es Sunem, y que la palabra original synem se redujo accidentalmente en mem, y luego fue confundida con Naín. Sunem, en cualquier caso, se encuentra en la misma región general.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Lucas 7:11-17

"Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ‘No llores.’ Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: ‘Joven, a ti te digo: Levántate.’ El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta se ha levantado entre nosotros’, y ‘Dios ha visitado a su pueblo’. Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

La muerte es una de las cosas irremediables de esta vida y al mismo tiempo el destino más cierto. Nadie escapa a la muerte, nadie regresa de la muerte.
El dolor que sentimos ante la muerte de un ser querido no se puede describir con palabras, sólo el llanto y los abrazos lo expresan. Pero si la muerte es de una persona joven, si quien ha muerto estaba en su plenitud y todavía, a nuestro criterio, tenía mucho por vivir, el dolor y la impotencia es más fuerte todavía.
La muerte nos revela, nos enoja y nos hace sentir que no podemos contra ella, que nos sobrepasa. La muerte… gran enemiga de los seres humanos que, a pesar de que es natural, tan natural como el nacimiento, no terminamos nunca de aceptarla e incorporarla como parte de la vida.
Un conferencista dijo una vez que en nuestra sociedad actual hay una negación al deterioro de los años y de la muerte. Todo aquello que es como un espejo de lo que nos puede pasar en unos años, lo alejamos, lo ubicamos en un lugar poco visible. Por eso preferimos que nuestros familiares mueran en un hospital o una clínica, con la excusa de que ahí están bien atendidos. Por eso es que internamos a nuestros ancianos en los geriátricos, al igual que a los discapacitados.
Vivimos en un tiempo en donde preferimos guardar el horror y lo doloroso bajo la alfombra, porque nuestra sociedad nos exige estar siempre bien, siempre jóvenes, siempre felices.
Pero la muerte, las enfermedades, son parte de nuestras vidas y son un destino también para nosotros. Nosotros en algún momento vamos a envejecer, vamos a enfermarnos, y nos gustaría seguir siendo parte de la vida de nuestra familia y no ser aislados o colocados en un lugar para que no desparramemos nuestra “mala onda”.
Y ahí es en donde entra en juego Jesús, y nuestra fe en él. Saber que él no tuvo ningún temor de enfrentar a la muerte, vencerla y de esa manera, neutralizarla, es una muy buena razón para permitirle que entre en nuestras vidas como sostén y consuelo.
Es verdad, no podemos contra la muerte, y también es cierto que no nos va a pasar como a la mujer del relato a quien Jesús le devolvió a su hijo de la muerte. Al menos no de esa manera.
Pero lo que también es verdad, es que Jesús ha derrotado la muerte y nos ha dado la salvación y la vida eterna, de manera que quien cree en él y en su misión salvadora, tiene vida eterna, al dejar esta tierra, vive junto a Dios. Y allí nos esperan todos los que han muerto con fe en Jesucristo.
Los cristianos nos deberíamos angustiarnos tanto a la hora de la muerte, porque sabemos que la separación de nuestros seres queridos es provisoria, que un día nos encontraremos todos en el banquete celestial. Nuestro reencuentro va a ser para siempre y en la plenitud de Dios. Amén.

Querido Jesús, ¡ojalá pudiera siempre confiar en vos! Creer realmente que la muerte ya no reina y que vamos a reencontrarnos todos en la plenitud de Dios. Todo esto lo sé y lo afirmo desde mi inteligencia, pero mi corazón, mis emociones me traicionan y no puedo dejar de llorar y sufrir ante la muerte de un ser amado. Sé que es mi egoísmo y el pensar en que lo voy a extrañar siempre, que lo que me duele es sobre todo la distancia, la ausencia. Luego, al reflexionar, me doy cuenta de que cuando se ama no hay olvido y la presencia está en el corazón, en los recuerdos, en las enseñanzas que me ha dejado ese ser querido. Mi Señor, dame fuerzas y convencimiento para proclamar la vida plena a la que nos has llamado, te lo pido en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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