viernes, 2 de junio de 2017

4 de Junio – Pentecostés

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 104 (24-35)

“…¡Cuán numerosas tus obras, mi Señor!
Todas las has hecho con sabiduría,
de tus criaturas está llena la tierra.

Ahí está el mar, grande y de amplios brazos,
y en él el hervidero innumerable
de animales, grandes y pequeños;
por allí circulan los navíos,
y Leviatán que tú formaste para jugar con él.

Todos ellos de ti están esperando
que les des a su tiempo su alimento;
tú se lo das y ellos lo toman,
abres tu mano y se sacian de bienes.

Escondes tu rostro y se anonadan,
les retiras su soplo, y expiran
y a su polvo retornan.
Envías tu soplo y son creados,
y renuevas la faz de la tierra.

¡Sea por siempre la gloria de mi Señor,
en sus obras mi Señor se regocije!
El que mira a la tierra y ella tiembla,
toca los montes y echan humo.

A mi Señor mientras viva he de cantar,
mientras exista salmodiaré para mi Dios.
¡Oh, que mi poema le complazca!
Yo en mi Señor tengo mi gozo.
¡Que se acaben los pecadores en la tierra,
y ya no más existan los impíos!

¡Bendice a mi Señor, alma mía! Amén.

Curiosidades

¿Cómo Catarina von Bora llegó a casarse con Lutero?
Así llegó a la vida de Lutero Catalina, quien había nacido 24 años antes (el 29 de enero de 1499) en el establecimiento rural de Lippendorf (al sur de Leipzig), un pequeño feudo cedido a su padre Hans von Bora, miembro de la baja nobleza rural sajona casado con Catalina von Haugwitz (o Haubitz).
Además de Catalina, el matrimonio tenía tres hijos varones y otra hija mujer. La madre debió de fallecer antes de 1505, ya que en ese año el padre volvió a contraer matrimonio. En ese momento la pequeña Catalina era pupila en el convento de monjas agustinas en Brehna.
En 1508/09 ingresó al convento de monjas cistercienses Marienthron, en Nimbschen, cerca de Grimma. Allí comenzó su noviciado en 1514, después de haber completado su educación básica (que también incluyó nociones de latín). Un año después fue consagrada monja e hizo votos de pobreza, obediencia y castidad.
Después de la fuga, Catalina no pudo regresar con su familia por encontrarse los dominios de ésta en el territorio del opositor duque Jorge de Sajonia, pero también porque la situación económica de los von Bora se bahía deteriorado mucho. Así, durante dos años vivió en la gran casa y taller de Bárbara y Lucas Cranach en Wittenberg, donde siguió completando sus habilidades de manejo y administración doméstica.
En 1524 Catalina rechazó la propuesta de Lutero de que se casara con el ya algo maduro pero bien situado Gaspar Glatz, ex rector de la facultad de teología y flamante párroco en Orlamünde (Turingia). No estaba dispuesta a casarse con Glatz, le dijo la ex monja a Nicolás von Amsdorf, colega y amigo de Lutero. Pero si él o Lutero la querían como esposa, agregó, ella no se iba a negar.
Lutero, que se hallaba en una situación difícil y veía peligrar el futuro de la Reforma bajo el fuego cruzado de las condenas papales y la amenaza de revueltas campesinas, decidió casarse, en parte para hacer rabiar un poco más a la Iglesia Romana, y en parte para reconciliarse con su padre, que nunca le había perdonado el hacerse monje. "No la amo ni ardo por ella, pero la aprecio", le escribió a un amigo.
Alejandro Zorzin "Catalina von Bora: La monja que se casó con Lutero"

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Juan 20:1-18

“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa.
Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Le dicen ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.» Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.» Jesús le dice: «María.» Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» -. Le dice Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

El poeta y filósofo indio, premio Nobel de Literatura 1913, Rabindranath Tagore escribió una frase que ya es célebre: “Si lloras porque has perdido el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”.
¡Cuántas veces nos pasa eso! ¡Cuántas veces la tristeza del momento no nos permite ver lo nuevo que está pasando!
En el caso de María Magdalena: la resurrección de Jesucristo. En nuestro caso, al morir un ser querido, la esperanza de la resurrección y la vida eterna, que es la base de nuestra fe, pero que en muchos momentos queda tapada por nuestra tristeza, por la necesidad de encontrar una razón, un por qué.
Es todo un desafío abrir los ojos, enjugarse las lágrimas, levantar la cabeza y mirar al cielo, descubrir la belleza de la vida aún en la oscuridad más plena. Pero están las estrellas, que aunque pequeñas, cada una de ellas brilla con su luz, cada una diferente, especial y única.
No es fácil salir del dolor dejarse llevar por la vida, buscando en lo que queda la señal de que la vida sigue y que Dios nos acompaña en este proceso.
Cuando el dolor queda enquistado en nosotros, nos enfermamos. Primeramente se enferma nuestro espíritu, porque perdemos la esperanza, las ganas de vivir, eso se traslada a la mente y al cuerpo… luego, es cuestión de tiempo, nada más.
Las lágrimas no son malas, es necesario llorar, pero en un momento, después es necesario que volvamos a la vida, a levantar la mirada, a aprender a vivir la nueva vida y a amigarnos con ella. Si no podemos aceptar las pérdidas, el dolor como parte de la vida y no como centro, no estamos honrando a Dios, ni vivimos en la resurrección de Cristo, que es fuerza, luz y sobre todo Vida en abundancia. Amén.

Querido Jesús, muchas veces me imagino a María Magdalena, su dolor y su fuerza, no quiere dejar el sepulcro, quiere saber dónde está el cuerpo de su Maestro. Me la imagino llorando delante del sepulcro esperando quien sabe qué, hasta que se da cuenta que vos querés otra cosa de ella, y ahí sale, a anunciar tu resurrección. Ayúdame a ser como ella, a no quedarme encerrada en mi dolor, sino a dar testimonio de vos, de la Vida, te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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