viernes, 5 de junio de 2015

7 Junio

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 130

De lo profundo, mi Señor, a ti clamo.
Señor, oye mi voz;
estén atentos tus oídos
a la voz de mi súplica.

Jah, si miras los pecados,
¿quién, Señor, podrá mantenerse?
Pero en ti hay perdón,
para que seas reverenciado.

Esperé yo en mi Señor;
esperó mi alma,
en su palabra he esperado.
Mi alma espera en mi Señor
más que los centinelas la mañana,
más que los vigilantes la mañana.

Espere Israel en mi Señor,
porque en mi Señor hay misericordia
y abundante redención con él.
Él redimirá a Israel
de todos sus pecados.”
Amén.

Curiosidades

¿Qué es un demonio según la Biblia?

En el AT hay referencias a demonios bajo los nombres de sa’ir y sed. El primer vocablo significa ‘peludo’, y se refiere al demonio como sátiro. El segundo vocablo es de significado incierto, aunque evidentemente tiene conexión con una palabra similar. En tales pasajes prevalece el pensamiento de que las deidades que de tiempo en tiempo servía Israel no son verdaderos dioses, sino en realidad son demonios. Pero el tema no reviste gran interés en el AT, y los pasajes que se relacionan con él son pocos.
Muy distinto es cuando examinamos los evangelios, pues allí hay muchas referencias a los demonios. La designación más común es daimonion, diminutivo de diamon, aunque aparentemente no hay diferencia de significado. En los clásicos daimon se usa con frecuencia en sentido bueno, con referencia a algún dios, o al poder divino. Pero en el NT diamon y diamonion siempre se refieren a seres espirituales hostiles a Dios y a los seres humanos. Beelzebú es un “príncipe”, de manera que pueden considerarse agentes suyos. Aquellos que se oponían a su ministerio trataron de identificarlo con las fuerzas del mal, en lugar de reconocer su origen divino.
En los evangelios hay muchas referencias a personas poseídas por demonios, dando como resultado una variedad de efectos, tales como la mudez, epilepsia, la negativa de usar ropa, y el hacer su morada entre las tumbas. A menudo se dice en la actualidad que estar poseído de demonios era simplemente un modo en el que la gente del siglo I se refería a las condiciones que hoy describimos como enfermedad o locura. Sin embargo, los relatos que tenemos en los evangelios hacen una distinción entre enfermedad y posesión demoníaca.
Tanto en el AT, como en los Hechos y en las epístolas, son pocas las referencias que encontramos de personas poseídas por demonios. Aparentemente se trataba de un fenómeno asociado especialmente con el ministerio terrenal de nuestro Señor. Seguramente debe interpretarse como una violenta oposición demoníaca a la obra de Jesús.
Los evangelios presentan a Jesús en permanente conflicto con los espíritus malos. No era cosa fácil echar a tales seres de las personas. Los que se oponían a Jesús reconocían que lo podían hacer, y también que requería un poder más que humano para hacerlo. Por esta razón atribuían su éxito a la presencia de Satanás en él, exponiéndose así a que se les respondiera que proceder de ese modo no haría sino provocar la ruina del reino del maligno. El poder de Jesús era el del “Espíritu de Dios” o, como lo expresa Lucas, “si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios…”.
La victoria que Jesús obtuvo sobre los demonios la compartió con sus seguidores. Cuando envió a sus doce discípulos “les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades”. Más adelante, cuando los setenta volvieron de su misión pudieron informar diciendo, “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Otros que no eran del círculo íntimo de los discípulos podían invocar su nombre para echar fuera los demonios, hecho que causó cierta perturbación a algunos de los integrantes de dicho círculo, pero no al Maestro.
(Nuevo Diccionario Bíblico, 1º Edición – Ediciones Certeza - pág.347-348)

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Marcos 3:20-35

Volvieron a casa, y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer pan. Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderlo, porque decían: «Está fuera de sí.»
Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el príncipe de los demonios echaba fuera los demonios.
Y habiéndolos llamado, les hablaba en parábolas:
—¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer. Y si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fin.
»Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no lo ata; solamente así podrá saquear su casa.
»De cierto les digo que todos los pecados y las blasfemias, cualesquiera que sean, les serán perdonados a los hijos de los hombres; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno.
Es que ellos habían dicho: «Tiene espíritu impuro.»
Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo:
—Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan. Él les respondió diciendo:
—¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo:
—Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Es interesante lo que sucede con las personas que forman parte de una comunidad de fe. Al vivir una misma fe, congregarse en una comunidad escuchando la Palabra y compartiendo también las alegrías y tristezas, se va generando un lazo tan fuerte que se forma una familia. Una familia que nace no por los lazos sanguíneos, sino por la fe en un mismo Dios, que es nuestro Padre/Madre. La fe como elemento en común que nos ubica en un lugar diferente al del resto de las personas.
Esto es más notable cuando la persona que llega a la comunidad no tiene su propia familia cerca, o a veces es solo la familia con todos los parientes lejos, la comunidad de fe pasa a ser esa familia, acompañándola en los momentos buenos y malos, y eso es muy lindo.
Al igual que toda relación, la comunidad como familia es una construcción, tiene que haber una voluntad de las partes y un deseo sincero de ser parte de ella. A veces esta familia, que es la comunidad, contiene más a la persona que la propia familia, porque está enfrascada en sus propios problemas o porque no comparten los intereses y valores, o simplemente porque están en otra frecuencia o muy ocupados en sus cosas, y es ahí en donde se ve la importancia de ser parte de una comunidad de fe.
Como Pastora me gusta ver llegar a la gente a nuestras actividades con la alegría del encuentro, me gusta ver que cuando uno de ellos se quiebra, porque necesita compartir su angustia, su tristeza, hay brazos que surge automáticamente para el abrazo sincero. Me gusta sentir la calidez de la comunidad de la que soy parte, pero a la vez una observadora, una acompañante, porque la vida de la comunidad es la comunidad.
Esta es la impronta que Jesús nos ha dejado y que vemos en las palabras de hoy: Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
Si pertenecés a una comunidad seguramente entendés lo que estoy compartiendo hoy, y si no, acercate a una comunidad cristiana, a la que te sientas cómodo y disfrutá agrandando tu familia. Amén.

Querido Jesús, me siento tan agradecida y alagada de tenerte como hermano, de ser parte de tu familia, que es mi familia también. Enseñame a ser una buena hija, una buena hermana, para que otras personas descubran a través de mí lo lindo que es formar parte de tu gran familia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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