viernes, 4 de octubre de 2013

6 de Octubre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 95

“¡Vengan, aclamemos alegremente a mi Señor!
¡Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación!
¡Lleguemos ante su presencia con alabanza!
¡Aclamémoslo con cánticos!,
porque mi Señor es Dios grande,
el gran Rey sobre todos los dioses.
En su mano están las profundidades de la tierra
y las alturas de los montes son suyas.
Suyo también el mar, pues él lo hizo,
y sus manos formaron la tierra seca.

Vengan, adoremos y postrémonos;
arrodillémonos delante de mi Señor, nuestro hacedor,
porque él es nuestro Dios;
nosotros, el pueblo de su prado
y ovejas de su mano.

Si oyen hoy su voz,
«No endurezcan sus corazones, como en Meriba,
como en el día de Masah en el desierto,
donde me tentaron sus padres,
me probaron y vieron mis obras.
Cuarenta años estuve disgustado con la nación,
y dije: “Es pueblo que divaga de corazón
y no han conocido mis caminos.”
Por tanto, juré en mi furor
que no entrarían en mi reposo.»” Amén

Curiosidades

¿Qué significaba la imposición de manos?

En el NT el bautismo y la recepción del Espíritu iban acompañados, en algunas ocasiones de la imposición de manos. En Hechos 8 el don del Espíritu se confería solamente cuando al bautismo seguía la imposición de manos. Es poco probable que debamos entender de la misma manera la imposición de manos de Ananías en Hechos 9, ocasión en la que se produce antes del bautismo. Hechos 19 relaciona la imposición de manos del bautismo y profecía, y el don del Espíritu, expresado en lenguas y profecía, y Hechos 6 se refiere a la enseñanza sobre los bautismos y la imposición de manos, probablemente como instrucción para nuevos conversos. En otras partes, sin embargo, el don del Espíritu se da sin mencionar la imposición de manos, y, en una oportunidad, aún antes del bautismo, y es poco probable que en el período del NT el bautismo siempre haya sido acompañado por la imposición de manos.
Siguiendo las analogías veterotestamentarias, y lo que puede haber sido la práctica rabínica contemporánea, la imposición de manos fue también el rito de ordenación para el servicio cristiano. Una vez que la congregación hubo elegido los siete diáconos, ellos mismos oraron y les impusieron las manos; de la misma manera la iglesia de Antioquía oró e impuso las manos a Bernabé y Saulo para su obra misionera. En 1 Timoteo 5, Pablo aconseja a Timoteo mismo que no se apresure con la imposición de las manos; esto puede referirse a la ordenación de ancianos, o a la restauración de los que han reincidido, reintegrándolos a la comunión de los santos mediante el acto de bendición. 2 Timoteo 1 se refiere a la recepción, por parte de Timoteo mismo, del don de Dios para la obra del ministerio mediante la imposición de las manos de Pablo, donde, sin embargo, es el “presbiterio” el que impone las manos. La mejor y más simple de las soluciones es la de considerar que Pablo y los ancianos locales realizaron el acto en conjunto, pero Daube piensa que la frase en cuestión significa “ordenación al rango de presbítero”. Esta ordenación, llevada a cabo bajo la guía divina, era un signo visible de que Dios daba a la persona sus dones para algún aspecto de la obra del ministerio, y por medio de ella la iglesia reconocía la comisión y capacitación divinas, al tiempo que se asociaba con el Espíritu en el acto de comisionar y autorizar al ministro para su tarea.
Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

2 Timoteo 1:6-14

Por eso te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos, porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios. Él nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio.
De este evangelio yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles, por lo cual asimismo padezco esto. Pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Recuerdo que en mi adolescencia, junto con un pequeño grupo de jóvenes, por iniciativa del Pastor, formamos el Grupo de Jóvenes de la Iglesia. Fue una experiencia hermosa e inolvidable. El grupo creció con rapidez y al cabo de un par de años casi no entrábamos en la sala de la casa pastoral. Es que en aquellos tiempos no teníamos un espacio en donde pudiéramos hablar de las cosas que nos interesaban y preocupaban. Yo invitaba a los jóvenes de mi iglesia y también a aquellos que veía que les podía interesar porque para mí era un espacio muy valioso.
Una vecina mía no pertenecía al grupo de jóvenes, ella iba a hándbol, que era parte de las actividades que propiciaba el Club Danés. Ella me invitó y yo empecé a ir a los entrenamientos. Ahí me di cuenta que a nosotros, los jóvenes que participábamos del Grupo de Jóvenes de la Iglesia nos decían “los santitos” y nos trataban como si nosotros nos creyéramos mejores que ellos. Y eso me sorprendió, porque no era para nada el espíritu que reinaba en grupo.
A pesar de todos mis esfuerzos nunca logré integrarme al equipo, siempre me discriminaban. ¡Hasta en varias ocasiones me golpearon adrede en medio de los partidos! El entrenador les llamaba la atención y eso era peor.
Finalmente me cansé y dejé de ir. No necesitaba estar con gente que no me aceptaba y que me discriminaba por ser una persona de fe. Yo estaba feliz en mi grupo en la iglesia. Nos divertíamos sanamente, no competíamos entre nosotros y nos alegrábamos con la llegada de un nuevo integrante.
No me daba vergüenza de formar parte de un grupo de Iglesia. Nunca me dio vergüenza decir que en la iglesia yo encuentro algo que no me brinda ningún otro espacio. Y eso que a veces se han burlado de mí o me han tratado como “la santita”.
Pero en general lo que veo, no sólo en los miembros de mi iglesia, sino en los cristianos en general, de que no quieren que se sepa mucho que pertenecen a una iglesia, que es ahí en donde recobrar las fuerzas y encuentran contención.
Como le dice Pablo a Timoteo, Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, más bien de poder, amor y dominio propio. No nos tenemos que avergonzar de nuestra fe, antes bien, darla a conocer pues, tal vez, otras personas pueden encontrar en mi experiencia un nuevo camino más feliz, más pleno, como me pasa a mí.
Si Jesús hubiera actuado con timidez o inseguridad, hoy no disfrutaríamos de sus dones. Si los que nos antecedieron en la fe, no la hubieran vivido abiertamente y en libertad, hoy no seríamos personas de fe. No tengamos temor de dar testimonio, a nadie puede molestarle nuestra fe (si dejamos que cada cual elija lo que quiera, claro) y tal vez podamos ser las herramientas que Dios está esperando para que cada vez más se acerquen a su Palabra. Amén.

Querido Jesús, hoy te quiero pedir perdón. Perdón porque vivo mi fe a escondidas, porque no quiero que la gente sepa lo que es importante en mi vida, porque tengo miedo a los comentarios y las burlas. Dame un espíritu seguro, orgulloso de ser cristiana, que a través de mi experiencia con vos otras personas también puedan acercarse a vos. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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