viernes, 17 de agosto de 2012

19 de Agosto

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 34

“Bendeciré al Señor en todo tiempo;
su alabanza estará siempre en mi boca.
Alabaré al Señor con toda el alma.

¡Escuchen, gente humilde, y alégrense también!
¡Únanse a mí, y reconozcan su grandeza!
¡Exaltemos a una voz su nombre!

Busqué al Señor, y él me escuchó,
y me libró de todos mis temores.
Los que a él acuden irradian alegría;
no tienen por qué esconder su rostro.
Este pobre clamó, y el Señor lo oyó
y lo libró de todas sus angustias.
Para defender a los que temen al Señor,
su ángel acampa alrededor de ellos.
¡Prueben ustedes mismos la bondad del Señor!
 
¡Dichoso aquél que en él confía!
Ustedes, sus fieles, teman al Señor,
pues a quienes le temen nunca les falta nada.
Los cachorros del león chillan de hambre,
pero los que buscan al Señor lo tienen todo.

Hijos míos, acérquense y escúchenme;
voy a enseñarles a honrar al Señor.
¿Quién de ustedes anhela vivir mucho tiempo?
¿Quién quiere vivir y llegar a ver el bien?
Eviten entonces que su lengua hable mal;
eviten que sus labios profieran mentiras.
Apártense del mal y practiquen el bien;
busquen la paz, y no la abandonen.

El Señor no aparta sus ojos de los justos;
sus oídos están siempre atentos a su clamor.
El Señor vigila a los que hacen el mal
 
Para borrar de la tierra su memoria.
Los justos gimen, y el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
Cercano está el Señor para salvar
a los que tienen roto el corazón y el espíritu.

El justo pasa por muchas aflicciones,
pero el Señor lo libra de todas ellas.
El Señor le cuida cada uno de sus huesos,
y ni uno solo de ellos se le quebrará.
Al malvado lo destruye su propia maldad;
y los que odian al justo recibirán condenación.
El Señor rescata el alma de sus siervos;
no serán condenados los que en él confían.” Amén.

Curiosidades

¿Cómo podemos entender las palabras de Jesús en la institución de la Santa Cena?

El indicio más valioso sobre el significado de las palabras de institución del Señor lo encontramos en el papel que representan el alimento y la bebida en el ritual de la pascua judía. Según la interpretación de Higgins, podemos tomar las palabras de institución como agregados del Señor mismo a las deposiciones sobre la liturgia pascual en dos puntos vitales, antes y después de la comida principal. Jesús les dice a sus discípulos, con sus palabras y su simbolismo profético, que el significado original del rito pascual ha sido sobrepasado ahora, puesto que él mismo es el Cordero pascual que cumple la prefiguración del AT. Sus palabras y su acción al tomar el pan y la copa son parábolas que anuncian una nueva significación. Bajo su palabra soberana el pan se convierte en la parábola de su cuerpo entregado al servicio del propósito redentor de Dios; y su sangre vertida en la muerte, lo que recuerda los ritos de los sacrificios del AT, está representada en la copa de bendición en la mesa. A partir de entonces la copa adquiere un nuevo significado como elemento conmemorativo del nuevo éxodo, cumplido en Jerusalén.
La función de los elementos es paralela, entonces, a la de las comidas de la pascua. En la fiesta anual el israelita se une, de manera relista y dinámica, con sus antepasados, a los cuales el Señor redimió de Egipto. El pan de la mesa de la comunión se ha de considerar como si fuera el “pan de aflicción” que comieron los judíos de antaño. En la mesa del Señor, que genéticamente se relaciona con el aposento alto, se reúne la iglesia de la nueva Israel como del pueblo del nuevo pacto; se ve nuevamente frente a los símbolos de ese sacrificio, que fue ofrecido una sola vez; y vuelve a vivir la experiencia por la cual salió del Egipto del pecado y fue redimida para Dios por medio de la preciosa muerte de su propio Hijo como víctima pascual.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Juan 6:51-58

“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual daré por la vida del mundo.»
Los judíos discutían entre sí, y decían: «¿Y cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «De cierto, de cierto les digo: Si no comen la carne del Hijo del Hombre, y beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Así como el Padre viviente me envió, y yo vivo por el Padre, así también el que me come también vivirá por mí. Éste es el pan que descendió del cielo. No es como el pan que comieron los padres de ustedes, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente.»” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Mucho se ha discutido acerca de la Santa Cena. Si es un recordatorio, un símbolo o si tiene alguna fuerza sobrenatural, divina, que de alguna manera hace un efecto en los que la compartimos y celebramos.
Incluso ha sido motivo de discusiones y hasta fracturas dentro de la Iglesia a través de los tiempos. Uno de los momentos duros respecto a este tema fue el Coloquio de Marburgo, en 1529, en donde Lutero y Zuinglio junto a su gente discutieron al punto de provocar la primera grieta dentro del protestantismo, formando la Iglesia Reformada y la Luterana.
Hay muchas teorías y conceptos con respecto a la Santa Cena elaborada por los intelectuales teólogos, pero en la vida cotidiana, la de los fieles, esas cosas, diría, con prácticamente irrelevantes.
En mi tiempo de pastora he visto cosas increíbles con respecto a este sacramento. Personas que fallecen tranquilas en la paz del Señor, por haber recibido el cuerpo y la sangre del Señor, habiéndola pedido con insistencia. Personas que parecían estar ya en el fin de sus vidas, y que después de recibir la Santa Cena, se han recuperado milagrosamente. Personas que estando muy mal anímicamente, han recuperado sus fuerzas y sus ganas de vivir.
Yo mismas he sentido en reiteradas ocasiones la fuerza de la presencia de Dios en el momento de la celebración. Como un abrazo, un calor, que proviene de la comunión, del mismo sentir de todas las personas que compartimos el momento sagrado.
Es en esta experiencia viva del comer el pan y beber el vino en donde se terminan las teorías y comienza la fe, la fuerza que viene del Espíritu y que no se puede explicar con palabras, y que en realidad, hasta no tiene importancia lo de la consubstanciación y la transubstanciación, la presencia real o el símbolo.
Es en la experiencia en donde logramos comprender las palabras de Jesús:El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Así como el Padre viviente me envió, y yo vivo por el Padre, así también el que me come también vivirá por mí.”
Y lo interesante de esta experiencia mística es que se traslada a la vida, a cómo nosotros, los que vivimos la comunión en Cristo, vivimos una vida diferente en cuanto a nuestra entrega a los demás. Esta entrega nace de una experiencia personal, pero no puede quedar encerrada en la persona, sino que sale hacia afuera en forma de compromiso con el otro. Ahí está su fuerza, ahí está la presencia de Dios como testimonio concreto. Amén.

Querido Jesús: vos me regalaste el pan y el vino, tu cuerpo y tu sangre, para que yo pudiera tomar las fuerzas para dar testimonio de tu entrega a través de mi entrega, mi compromiso con el otro. Ayudame a no vivir para mí misma, sino para seguir ese camino al que vos me has invitado. Te lo pido a vos que junto con el Padre y el Espíritu Santo reinas por toda la eternidad. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario