viernes, 17 de junio de 2011

19 de Junio

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 8


“Oh mi Señor, Señor nuestro,

qué glorioso tu nombre por toda la tierra!


Tú que exaltaste tu majestad sobre los cielos,

en boca de los niños, los que aún maman,

dispones baluarte frente a tus adversarios,

para acabar con enemigos y rebeldes.


Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,

la luna y las estrellas, que fijaste tú,

¿qué es el hombre para que de él te acuerdes,

el hijo de Adán para que de él te cuides?


Apenas inferior a un dios lo hiciste,

coronándolo de gloria y de esplendor;

lo hiciste señor de las obras de tus manos,

todo fue puesto por ti bajo sus pies:


ovejas y bueyes, todos juntos,

y aun las bestias del campo,

y las aves del cielo, y los peces del mar,

que surcan las sendas de las aguas.


¡Oh mi Señor, Señor nuestro,

qué glorioso tu nombre por toda la tierra!” Amén.


Curiosidades


¿Qué es el juicio de Dios según la Biblia?


Dios aparece en el A.T. muy frecuentemente en el papel de “Juez de toda la tierra”, o más generalmente como “Dios de justicia”. El juicio no significa simplemente una ponderación imparcial y objetiva del bien y el mal, sino que más bien incluye la idea de la acción vigorosa en contra del mal. Es en este sentido que se insta al pueblo de Dios a ejercitar juicio a su vez. El juicio de Dios no es impersonal; por el contrario, es una noción fuertemente personal. Está íntimamente ligado al pensamiento del carácter misericordioso, justo, veraz, etc., de Dios. Se trata del desenvolvimiento de la misericordia y la ira de Dios en la historia, y en la vida y la experiencia humanas. Es así que el juicio de Dios puede proporcionarle liberación al justo, como así también condenación al malo. El juicio es un concepto particularmente rico en el A.T., y con ese significado se usa en el mismo una variedad de términos adicionales. Cuando el A.T. va llegando a su fin la idea del juicio de Dios se vincula crecientemente con las expectativas escatológicas del futuro día del Señor.

El N.T. como cabría de esperar, retoma el énfasis veterotestamentario en lo que se refiere al juicio como algo que pertenece a la naturaleza de Dios, y como parte de su actividad esencial. Como en el A.T., los juicios de Dios no se limitan al futuro, sino que ya están obrando en la vida del hombre en la época actual. El juicio se asocia desde ya con Cristo, quien ejerce la justicia del Padre. La luz de la Palabra de Dios ya brilla en el mundo mediante la revelación de sí mismo en la experiencia moral del ser humano, y en forma suprema en la Palabra encarnada, Jesucristo. E juzgamiento de los seres humanos ya ha comenzado, por lo tanto, por cuanto ellos muestran sus actos que “aman más a las tinieblas que a la luz”, Juan 3.

No obstante, en el N.T. el enfoque se centra en el “juicio venidero”, el juicio futuro y definitivo que acompañará al regreso de Cristo. Se trata del futuro día del juicio. Cristo mismo será el juez. Todos los seres humanos serán juzgados, no faltará nadie. Hasta los ángeles serán sometidos a juicio. Todos los aspectos de la vida serán revisados, incluidos “los secretos de los seres humanos”, “las intenciones de los corazones”, y “toda palabra ociosa” el juicio no estará limitado a los incrédulos. Los creyentes también enfrentarán un juicio. No habrá forma de eludir este juicio; es tan seguro como la muerte misma. En ninguna parte se asevera más claramente este hecho que en las enseñanzas de las parábolas de Jesús.


Evangelio


Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Juan 3:16-18


“Porque tanto amó Dios al mundo

que dio a su Hijo único,

para que todo el que crea en él no muera,

sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo

para juzgar al mundo,

sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él, no es juzgado;

pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído

en el Nombre del Hijo único de Dios.” Amén.


Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:


Uno de nuestros grandes temores es la muerte, la nuestra y la de aquello que amamos, sobre todo. Pero también el estar en contacto con la muerte.

Hay personas que todos los días se enfrentan a la muerte: médicos, enfermeras, policías, bomberos, rescatistas, religiosos, funebreros. Estas personas de alguna manera se han acostumbrado a hacerlo, pero esto no significa que se hayan insensibilizado o que ya no la teman. Tienen más conciencia que otros que la muerte es una realidad y que forma parte de la vida de todas las personas.

Muchas personas en el mundo investigan la forma de alargar al máximo los años de vida de las personas. Encuentran las curas a las enfermedades, descubren vacunas, descubren los genes que permiten que una persona sea longeva, pero todavía no han descubierto cómo terminar con la muerte.

Otras personas buscar la forma de retrasar los signos de la vejez: arrugas, envejecimiento de los órganos, etc., así aparecen cremas, pastillas, alimentos preparados ¡todo en esa lucha contra el deterioro de los años, y claro, la muerte!

Y es verdad que mejorar la calidad de vida es bueno. Buscar que la vida que vivamos, la vivamos bien, sanos y disfrutándola, está bien. Pero apostar a que logramos detener el tiempo y finalmente recurramos a cirugías y tratamientos para lograr ser eternamente jóvenes, creyendo que de esa manera la muerte no nos alcanza… es una batalla perdida.

La muerte existe, forma parte de nuestra vida. Todo en la naturaleza se termina, tiene su ciclo que realimenta la vida de viene, y así se renueva y renace. Dios creó el mundo perfecto, lo que muere nutre a lo que nace. La naturaleza sigue y la muerte es un hecho importante en ese ciclo. Por eso la muerte es tan natural como la vida.

Todo esto, si hablamos desde la vida orgánica, la que existe en la tierra. Pero, si bien Dios creó esta vida, una vida que cumple un ciclo, Jesús vino a instaurar otra vida, una vida que no termina con la muerte y que tiene que ver con la fe.

Jesús vino al mundo para enseñarnos otra forma de vida, la vida que se da a los demás, la vida que se comparte, la vida que me da más vida cuando no vivo sólo para mí misma, sino para las demás personas. Y esto está relacionado directamente con la fe.

La fe en Cristo, en que Él murió para compartir con nosotros su vida, su divinidad, para ser hijos de Dios, es esa vida que no se acaba. La vida eterna, la que tantos anhelan, pero que la buscan en lugares equivocados. Una vida que se prologa sin cosméticos ni tratamientos ni cirugías. Una vida que se comparte, se entrega y se lleva adelante siguiendo los pasos de Jesús. Amén.


Querido Jesús, sé que es difícil comprender esto de la vida que no se acaba, esto de no morir, es raro porque a pesar de que la muerte no es lo que más deseo, al mismo tiempo me cuesta imaginarme una vida sin la muerte. Ayudame a aceptar esta idea, confiar en tus palabras, creer realmente que si creo en vos y en tu obra liberadora no todo termina con la muerte, sino que existe la vida eterna. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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