viernes, 27 de mayo de 2011

29 de Mayo

28 de Mayo

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:


Salmo 66


“Aclamen a Dios, la tierra toda,

salmodien a la gloria de su nombre,

ríndanle el honor de su alabanza,

digan a Dios: ¡Qué terribles tus obras!


Por la grandeza de tu fuerza,

tus enemigos vienen a adularte;

toda la tierra se postra ante ti,

y salmodia para ti, a tu nombre salmodia.


Vengan y vean las obras de Dios,

temible en sus gestas por los hijos de Adán:

él convirtió el mar en tierra firme,

el río fue cruzado a pie.


Allí, nuestra alegría en él,

que por su poder domina para siempre.

Sus ojos vigilan las naciones,

no se alcen los rebeldes contra él.


Pueblos, bendigan a nuestro Dios,

hagan que se oiga la voz de su alabanza,

él, que devuelve nuestra alma a la vida,

y no deja que vacilen nuestros pies.


Tú nos probaste, oh Dios,

nos purgaste, cual se purga la plata;

nos prendiste en la red,

pusiste una correa a nuestros lomos,

dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara,

por el fuego y el agua atravesamos;

mas luego nos sacaste para cobrar aliento.


Con holocaustos entraré en tu Casa,

te cumpliré mis votos,

los que abrieron mis labios,

los que en la angustia pronunció mi boca.


Te ofreceré pingües holocaustos,

con el sahumerio de carneros,

sacrificaré bueyes y cabritos.


Vengan a oír y les contaré,

ustedes todos los que temen a Dios,

lo que él ha hecho por mí.

A él gritó mi boca,

la alabanza ya en mi lengua.

Si yo en mi corazón hubiera visto iniquidad,

el Señor no me habría escuchado.

Pero Dios me ha escuchado,

atento a la voz de mi oración.


¡Bendito sea Dios,

que no ha rechazado mi oración

ni su amor me ha retirado!” Amén.


Curiosidades


Juan el Bautista y Jesús hablaron sobre el Espíritu ¿qué sentido le pusieron?


En el judaísmo antiguo, de la época de Jesús, se tendía a pensar en Dios como más y más distanciado del ser humano, el santo Dios trascendente, elevado y sublime, que mora en la gloria inaccesible. Se allí la vacilación en cuanto a pronunciar siquiera el nombre divino, y la tendencia creciente a emplear lenguaje figurado: el nombre, ángeles, la gloria, la sabiduría, etc., todas ellas maneras de hablar sobre la actividad de Dios en el mundo sin comprometer su trascendencia. En los primeros tiempos “el Espíritu” era una de las formas principales de hablar acerca de la presencia de Dios. Pero ahora faltaba también esa conciencia de la presencia divina (a excepción de Qumrán). El Espíritu, entendido principalmente como el Espíritu de profecía, estuvo activo en el pasado y sería derramado en la nueva era. Pero en ese momento, las referencias al Espíritu se habían visto subordinadas enteramente a la Sabiduría, al Logos, y a la Torá y, en particular, con los rabinos, la Torá se estaba tornando más y más en el centro exclusivo de la vida y la autoridad religiosas.

En este contexto Juan el Bautista produjo bastante conmoción. Él mismo no afirmaba que tuviese el Espíritu, pero se aceptaba ampliamente que era profeta. Más notable fue su mensaje, porque proclamaba que el derramamiento del Espíritu era algo inminente: el que venía habría de bautizar en Espíritu y en fuego. Esta vigorosa metáfora probablemente fue tomada en parte de las metáforas “líquidas” relativas al Espíritu que eran familiares en el A.T., y en parte de su propio rito característico de bautizar en agua: el acto de empapar o sumergir en agua era figura de una experiencia de juicio, pero no necesariamente destructivo en forma total; el fuego podía purificar tanto como destruir. Probablemente el Bautista estaba pensando aquí en función de “aflicciones mesiánicas”, el período de sufrimiento y tribulación que inauguraría la era futura: “los dolores de parto del Mesías”. No era extraño ni sorprendente que Juan formulara la idea del ingreso en la nueva era por inmersión en una corriente ardiente rûah que habría de destruir a los impenitentes y purificar a los penitentes, en vista a los paralelos en Isaías 4 y 30 y Daniel 7.

Jesús creó una conmoción aún mayor, porque afirmó que la nueva era, el reino de Dios, no era sólo inminente sino que ya había adquirido efectividad mediante su ministerio. La presuposición de esto era claramente que el Espíritu escatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio de él en una medida única, como lo evidenciaban los exorcismos y la exitosa liberación de las víctimas de Satanás, y por su proclamación de las buenas noticias a los pobres. Los evangelistas, no tenían ninguna duda de que todo el ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer momento. Para Mateo y Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús data desde la concepción. Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el Jordán Jesús experimentó una habilitación especial para su ministerio, un ungimiento que evidentemente estaba vinculado también con la convicción en cuanto a su carácter de Hijo; en consecuencia, en las tentaciones subsiguientes estaba en condiciones de sostener esa convicción, y de definir lo que comprende dicha investidura de Hijo, sostenido por ese mismo poder.

El enfoque de Jesús en su mensaje fue significativamente diferente del de Juan, no sólo en su proclamación del reino como algo presente, sino en el carácter que le atribuía al reino presente. Veía su ministerio en función más de bendición que de juicio. Por otra parte, cuando proyectaba la vista hacia el final de su ministerio terrenal, evidentemente hablaba de su muerte en términos probablemente tomados de la predicación del Bautista, probablemente viendo su propia muerte como el padecimiento de las angustias mesiánicas predichas por Juan, como el derramamiento de la copa de la ira de Dios. También habló de la promesa del Espíritu para sostener a los discípulos cuando ellos a su vez experimentasen pruebas y tribulaciones; más plenamente en Juan.


Evangelio


Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:


Juan 14:15-21


“Si me aman, guardarán mis mandamientos;

y yo pediré al Padre

y les dará otro Paráclito,

para que esté con ustedes para siempre,

el Espíritu de la verdad,

a quien el mundo no puede recibir,

porque no lo ve ni lo conoce.

Pero ustedes lo conocen,

porque vive con ustedes.

No los dejaré huérfanos:

volveré a ustedes.

Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes si me verán,

porque yo vivo y también ustedes vivirán.

Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre

y ustedes en mí y yo en ustedes.

El que tiene mis mandamientos y los guarda,

ése es el que me ama;

y el que me ame, será amado de mi Padre;

y yo lo amaré y me manifestaré a él.»” Amén.


Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:


Siempre se dice que no se puede dar lo que no se ha recibido antes, esto, claro, cuando hablamos de amor, comprensión, respeto, dignidad. Un niño que no ha podido crecer en un entorno de amor y contención, que vive la violencia y el abuso a diario, no puede expresar otra cosa que violencia y maltrato.

Muchas veces los cristianos hablamos a cerca del poder sanador de Dios, pero ¿cuál es ese poder?

El amor.

Jesús habla de Dios como amor. Pero ¿cómo logramos sentir ese amor si Dios no nos puede mirar a los ojos, abrazarnos, decirnos que nos ama y que somos lo más importante en su vida? ¿Cómo puede una persona que siempre ha sido maltratada y despreciada sentir el amor de Dios?

Los cristianos, en general, hablamos y hablamos del amor de Dios, del amor al prójimo. Decimos cosas muy bonitas, pero todos sabemos que el amor no sólo se expresa, sino que es sobre todo algo que se siente. De hecho, las caricias son la primera expresión de amor que una criatura siente, mucho antes de las palabras, un abrazo, tomarse las manos, una mirada…

Un gesto de amor, estar en el momento justo, son las cosas que permiten que una persona sienta el amor de Dios. Predicar con nuestras actitudes, con nuestro cuerpo, con nuestro tiempo, con nuestro espacio… algo difícil, porque también es compromiso… ¡pero efectivo!

Jesús nos dice que Él está en nosotros, como Dios está en Él. Formamos una especie de trío inseparable que se retroalimenta y se multiplica. Dios me ama, Jesús me ama, yo amo al Hijo y al Padre y al Espíritu que habita en cada persona con la que me cruzo, aunque no la conozca. No es un amor de besos y abrazos, es un amor de respeto, de valorización del otro, de servicio.

Es un amor que transforma y que puede lograr que aún aquella persona que no ha podido crecer en un entorno de amor, pueda amar. Pero para que todo esto suceda vos y yo tenemos que aprender a salir de nuestro egoísmo y dar nuestra vida a los demás. Amén.


Querido Jesús, sé que vos sos la mayor expresión de amor que jamás haya existido. Ayudame a amar, a sanar a las personas a través de mi amor: un amor que sea lo más parecido al tuyo. ¡Gracias porque me has enseñado otra forma de vivir! ¡Gracias por habitar en mí! ¡Gracias porque sé que a partir de vos nada es imposible! En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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