viernes, 18 de septiembre de 2009

Domingo 20 de Septiembre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 54

“¡Oh Dios, sálvame por tu nombre,
por tu poderío hazme justicia,
oh Dios, escucha mi oración,
atiende a las palabras de mi boca!

Pues se han alzado contra mí arrogantes,
rabiosos andan en busca de mi alma,
sin tener nada a Dios presente.

Mas vean que Dios viene en mi auxilio,
el Señor con aquellos que sostienen mi alma.
¡El mal recaiga sobre los que me asechan,
Yahveh, por tu verdad destrúyelos!

De corazón te ofreceré sacrificios,
celebraré tu nombre, porque es bueno,
porque de toda angustia me ha librado,
y mi ojo se recreó en mis enemigos.” Amén.

Curiosidades

¿Quiénes eran los Doce?

Los Doce era la designación normal de los apóstoles en los evangelios y Pablo también lo utiliza en algunas ocasiones. Simbólicamente está relacionado con las 12 tribus de Israel, el pueblo de Dios, y numéricamente el número 12 está relacionado con los elegidos, esto aparece fuertemente en el libro del Apocalipsis.
Es importante comprender que el nombrar a los apóstoles como los Doce, de ninguna manera significa que ése sea el número, sino su valor es simbólico. Si ustedes toman una Biblia y escriben los nombres de los llamados por Jesús, incluso los del libro de los Hechos, descubrirán que el número es otro, incluso simplemente en los cuatro evangelios. Para ser considerado apóstol, la persona debía ser testigo de la resurrección del Señor, a pesar de que en el caso de Pablo, él fue testigo de una aparición del Señor después de la resurrección. Lo que sí queda fuera de dudas es la significación especial de los Doce para el establecimiento inicial de la Iglesia.

Evangelio
Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Marcos 9:30-37

“Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: ‘El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; lo matarán y a los tres días de haber muerto resucitará’. Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.
Llegaron a Cafarnaum, y una vez en casa, les preguntaba: ‘¿De qué discutían por el camino?’ Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: ‘Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos’. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: ‘El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

¿Qué tienen de especial los niños, sobre todos los más pequeñitos?
Los niños tienen la particularidad de dejarse asombrar ante las cosas y los acontecimientos. No les importa creer en la magia ni necesitan explicaciones creíbles. Se entretienen y se divierten fácilmente. Se ríen con ganas y lloran cuando así lo sienten.
Los niños no discriminan, no les importa si sos gordo, flaco, morocho o blanco, si tu nariz es ganchuda o tu boca es grande, ellos te describen, simplemente, sin ninguna connotación e intención de lastimar. Los niños aceptan la vida como viene y no le recriminan a ni Dios ni a nadie por lo que les toca vivir. No temen a la muerte ni a las enfermedades, sólo aman la vida y luchan por ella.
Cuando dejamos de tener esa pureza de la que estoy hablando, cuando la amargura, la envidia y el rencor han copado nuestro corazón, hemos dejado de ser niños. Hemos perdido. Y entonces los niños, con sus ruidos, sus juegos, su alegría, nos molestan y sentimos que hay lugares en donde no pueden estar, porque su presencia nos desconcentra.
Uno de esos lugares es la iglesia, nuestra comunidad de fe. Muchas veces decimos, no llevamos a los chicos porque se aburren, y nosotros mismos procuramos que así sea, no llevamos nada para entretenerlos ni hacemos nada, para así tener razón y fundamento.
Pero Jesús dice: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”. Los niños son los primeros en entrar en el Reino de Dios, son los que primeramente logran aceptar a Cristo en su corazón, porque lo tienen vacío y dispuesto a darle todo el lugar que necesita para instalarse para siempre.
¿Por qué entonces estamos tan empecinados en discriminar a los niños, no escuchar sus opiniones, sus necesidades? ¿por qué buscamos “entretenerlos” con lo que ellos no nos piden hasta lograr hacer de ellos pequeños consumistas de cuanto merchandaincing se ponga de moda, en vez de darles la atención y el cariño que los hará personas adultas seguras de sí mismas e independientes? ¿por qué los llenamos de golosinas y videojuegos, en vez de darles todo nuestro tiempo y nuestro amor? ¿por qué no los aprovechamos para practicar un poco ser niños con ellos para no alejarnos tanto de la inocencia y la frescura infantil?
Démosle el espacio que les corresponde a los niños que nos rodean, el diálogo, el respeto mutuo, el afecto. Seguramente va a ser el comienzo de un camino más sano y con menos adicciones. Si cada uno de nosotros ocupa un lugar digno en nuestra sociedad, aceptando nuestras diferencias y limitaciones, habrá espacio para todos y todas. Aprendamos de los niños, ellos son más sabios que nosotros. Amén.

Querido Jesús, vos también fuiste un niño y te divertiste jugando con una pluma en el viento. Vos también viviste la experiencia de tener que callarte la boca porque sí, porque ahora están hablando los grandes de cosas serias, ¿qué hay más serio que la inquietud de un niño? ¿por qué subestimo las opiniones de los pequeños, cuando muchas veces tú, Señor, hablas a través de sus bocas? Tengo mucho que aprender, tengo mucho que dejar, necesito volver a la pureza que tuve para que por fin puedas estar para siempre en mi corazón. Ayudame a abrir mi mente y mi corazón, te lo pido a vos, que nunca te olvidaste de cómo era ser niño, Hijo de Dios, que vive junto al padre y con el Espíritu Santo. Amén.

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