viernes, 31 de marzo de 2017

2 de Abril

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 130

"De lo profundo, mi Señor, a ti clamo.
Señor, oye mi voz;
estén atentos tus oídos
a la voz de mi súplica.

Mi Señor, si miras los pecados,
¿quién, Señor, podrá mantenerse?

Pero en ti hay perdón, 
    para que seas reverenciado.
Esperé yo en mi Señor;
esperó mi alma,
en su palabra he esperado.

Mi alma espera en mi Señor
más que los centinelas la mañana,
más que los vigilantes la mañana.

Espere Israel en mi Señor,
porque en mi Señor hay misericordia
  y abundante redención con él.

Él redimirá a Israel
de todos sus pecados.” Amén.

Curiosidades

¿Quién fue Jacobo Strauss?

Jacobo Strauss fue un monje dominico con un doctorado en teología. Fue el primero que llevó la reforma a los mineros y los burgueses en el Tirol, en el extremo sur de Alemania. Luego de ser desterrado por su actividad evangelizadora, halló protección bajo el umbral de Lutero en Sajonia y fue nombrado predicador en Eisenach por el príncipe protector del luteranismo. Entre sus escritos hubo un sermón sobre el bautismo simoníaco, en que cuestionaba las prácticas tradicionales, y otro sobre la usura. Su rechazo de la «usura» se basaba en fundamentos bíblicos y teológicos claros y con implicaciones prácticas. En esta crítica era más radical que Tomás Muntzer, cuya crítica social era apasionada pero poco concreta en términos de alternativas claras. Su rechazo de la violencia y su defensa del diálogo le capacitaron para servir como mediador en los conflictos entre Lutero y sus críticos. Fue precisamente la protección de Lutero la que le permitió huir con vida al destierro tras la horrible matanza de los campesinos en Frankenhausen.
Strauss concebía a la Iglesia fundamentalmente como una comunidad caracterizada por relaciones de amor y de ayuda mutuas. «Todo cristiano debe guardar… el mandamiento de Dios… de que cada cual debe ayudar libre y voluntariamente a su prójimo en la necesidad, sin interés material alguno. El aceptar un centavo sobre la suma prestada es usura. La usura está, por naturaleza, en contra del amor al prójimo y de la prohibición de Dios».
Para corregir este mal sencillamente sugiere a los deudores cristianos que dejen de pagar los intereses. «Es un desdichado y está completamente desorientado en su fe aquel que en su pobreza consiente en pagar intereses de usura. … El pobre simple, ignorante del evangelio, seducido por el ejemplo y enseñanzas del anticristo y de todos los curas, doctores y monjes anticristianos, no debe pagar intereses de usura bajo ningún mandato ni poder, ahora que han tomado conocimiento de la verdad. En esto debe obedecer más a Dios que a los hombres». Por su parte, los acreedores cristianos deben desistir de cobrar los intereses. «Todos los reyes, príncipes y señores cristianos, así como sus ilustres consejeros, deben tomar razonablemente en consideración la palabra de Dios, para que no obliguen a sus súbditos a practicar la usura o la fomenten y la practiquen ellos».
Ante la probable represión violenta de las autoridades, para cobrar a la fuerza los intereses, su consejo para los pobres era una firmeza no-violenta. «Cuando se expriman de ti intereses, con violencia, apártate, como de la capa que te arranca la chaqueta. Debes perder cuerpo, bienes, alma y honor con tal de conservar a Cristo y su palabra. La violencia que te sea impuesta contra la palabra de Dios no subsistirá mucho. Tiene que ser vencida, junto con el primer tirano contra Cristo, por el espíritu de su boca. Guárdate, cristiano justo, de pensar en mitigar la violencia con violencia. En esto no tienes más defensa que la palabra de Dios, con paciencia».
http://www.menonitas.org/n3/feph/12.html

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Juan 11:1-45

"Estaba enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos. Enviaron, pues, las hermanas a decir a Jesús: ‘Señor, el que amas está enfermo’. Jesús, al oírlo, dijo: ‘Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella’.
Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo a los discípulos: ‘Vamos de nuevo a Judea’. Le dijeron los discípulos: ‘Rabí, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?’ Respondió Jesús:
‘¿No tiene el día doce horas?
El que anda de día no tropieza,
porque ve la luz de este mundo;
pero el que anda de noche, tropieza,
porque no hay luz en él’.
Dicho esto, agregó: ‘Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo’. Dijeron entonces sus discípulos: ‘Señor, si duerme, sanará’. Jesús decía esto de la muerte de Lázaro, pero ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: ‘Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean; pero vamos a él’. Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: ‘Vamos también nosotros, para que muramos con él’.
Llegó, pues, Jesús y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios, y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús llegaba, salió a encontrarlo, pero María se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: ‘Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto’. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará’. Jesús le dijo: ‘Tu hermano resucitará’. Marta le dijo: ‘Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final’. Le dijo Jesús:
‘Yo soy la resurrección y la vida;
el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí,
no morirá eternamente.
¿Crees esto?’
Le dijo: ‘Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo’.
Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: ‘El Maestro está aquí, y te llama’. Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y fue a él. Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: ‘Va al sepulcro, a llorar allí’.
María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verlo, se postró a sus pies, diciéndole: ‘Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano’. Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y preguntó: ‘¿Dónde lo pusieron?’ Le dijeron: ‘Señor, ven y ve’. Jesús lloró. Dijeron entonces los judíos: ‘¡Miren cuánto lo amaba!’ Y algunos de ellos dijeron: ‘¿No podía este, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?’ Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: ‘Quiten la piedra’. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: ‘Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días’. Jesús le dijo: ‘¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo:
‘Padre, gracias te doy por haberme oído.
Yo sé que siempre me oyes;
pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor,
para que crean que tú me has enviado’.
Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ‘¡Lázaro, ven fuera!’
Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: ‘Desátenlo y déjenlo ir’.
Entonces muchos de los judíos que habían ido para acompañar a María y vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en él.” Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Entre los versículos bíblicos que leemos en los sepelios, se encuentra este, que se encuentra en el relato de hoy:
“‘Yo soy la resurrección y la vida;
el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
Y todo aquel que vive y cree en mí,
no morirá eternamente.”
En el ritual de nuestra Iglesia, después de tirar tres veces tierra sobre la tumba y decir “de la tierra saliste, a la tierra volviste y de la tierra resucitarás”, quien preside la ceremonia recuerda a la gente presente estas palabras que Jesús le dice a Marta, cuando se encuentra en el sepelio de Lázaro, su hermano. Jesús le pregunta a Marta si ella cree en esto, porque la fe en Cristo es fundamental para la vida eterna.
Por eso lo recordamos a la hora de la muerte de un ser querido. Porque como cristianos creemos en una vida más allá de la muerte terrenal. Esto es una esperanza y un consuelo, porque ya la muerte no es definitiva, como no lo será la separación de la persona amada que ha fallecido. Sino que nos volveremos a ver.
La resurrección de Lázaro, si bien no es igual a la resurrección de Cristo, es un ejemplo de lo que Jesús es capaz de hacer. Lázaro murió en algún momento, pero nuestra resurrección es un paso a la vida eterna, a una vida junto a Dios, con la herencia que recibimos a partir de Cristo.
¿Cómo es? Nadie lo sabe. Sólo creemos en la promesa de Jesús. Personalmente no tengo la necesidad de explicarlo, no me hace falta. Igualmente hay personas que quieren saber cómo es, y Pablo lo explica muy bien en la carta a los corintios diciendo que es como una semilla que se planta y brota: es lo mismo, pero distinto.
El creer en la vida más allá de la muerte física es un alivio a la hora de la muerte de un ser querido, nos da consuelo y esperanza en el reencuentro, cuando llegue nuestra hora. Para algunos seguramente resultará algo extraño, y seguramente para otros, algo disparatado. Pero para quienes creemos en Cristo, es fuerza, es sostén, y nos ayuda a seguir adelante amando la vida que Dios nos da. Amén.

Querido Jesús, cuando pienso en tu inmensa generosidad de compartir tu divinidad con nosotros, pobres mortales, se me calienta el corazón y no puedo dejar de agradecerte por tanto amor. ¡Gracias, Jesús, porque gracias a vos vivo en la esperanza de que nada es imposible si confío en vos! En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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