viernes, 18 de noviembre de 2016

20 de Noviembre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 122

“¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la Casa del Señor»!
Nuestros pies ya están pisando
tus umbrales, Jerusalén.

Jerusalén, que fuiste construida
como ciudad bien compacta y armoniosa.
Allí suben las tribus, las tribus del Señor
–según es norma en Israel–
para celebrar el nombre del Señor.
Porque allí está el trono de la justicia,
el trono de la casa de David.

Auguren la paz a Jerusalén:
«¡Vivan seguros los que te aman!
¡Haya paz en tus muros
y seguridad en tus palacios!».
Por amor a mis hermanos y amigos,
diré: «La paz esté contigo».
Por amor a la Casa del Señor, nuestro Dios,
buscaré tu felicidad.” Amén.

Curiosidades

¿Qué es la Contrarreforma católica?

El concilio de Trento coronó con éxito, en muy difíciles circunstancias, la doble tarea de trazar con firmeza las líneas de la recta doctrina católica y poner los cimientos de una renovación sólida, profunda y duradera de las instituciones de la Iglesia.

La difusión de las ideas reformistas y los esfuerzos de los católicos por frenar su expansión crearon un gran caos no sólo doctrinal, sino también social y político en toda la cristiandad europea. El imperio alemán, escindido en numerosos principados, ducados y obispados, amenazaba con quedar reducido a ruinas. En Francia, el calvinismo parecía arrastrar a toda la nación, y estallaron sangrientas guerras religiosas. Inglaterra se había perdido para Roma. En Escocia triunfó el partido calvinista. Habían abrazado el luteranismo el norte alemán y los países escandinavos. Polonia, Hungría y Bohemia estaban desgarradas por movimientos protestantes. Los cantones suizos se habían escindido en bandos irreconciliables. Incluso en los dos baluartes del catolicismo, las penínsulas Itálica e Ibérica, había círculos que simpatizaban con la Reforma. Y todo ello en un momento en que el imperio turco alcanzaba la cima de su poder y sus ejércitos avanzaban incontenibles por la cuenca del Mediterráneo oriental y Europa Central.

Para evitar el colapso de la cristiandad era imprescindible recomponer la unidad, y el único medio eficaz era la celebración de un concilio. Pero el concilio se demoró demasiado. No se convocó hasta 1545, es decir, casi treinta años después de los primeros grandes estallidos de la rebelión. Si, por un lado, todos eran conscientes de su necesidad, por otro, la idea del concilio suscitaba suspicacias. Los papas temían que su convocatoria acentuara las tendencias conciliaristas y mermara la autoridad papal. Los príncipes protestantes alemanes y el rey de Francia recelaban que acrecentara el poder y la influencia del emperador. Por fin, con la paz de Crespy (1544) firmada entre el emperador Carlos V y el rey de Francia, Francisco I, se consiguió crear el clima mínimo de colaboración necesario para convocar la gran asamblea. La inauguración tuvo lugar en la ciudad italiana de Trento el 13 de diciembre de 1545. Las sesiones se desarrollaron en tres etapas.
http://www.historia-religiones.com.ar/el-concilio-de-trento-85

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Lucas 23:35-43

“El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!». También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!». Sobre su cabeza había una inscripción: «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino». Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso». Amén.

Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

Los cristianos y cristianas hemos dejado de hablar de “temor” de Dios, un concepto propio del pensamiento hebreo.
Generalmente confundimos temor con miedo, pensando en el significado de las palabras en el idioma español. Pero la realidad es que en la terminología bíblica no son sinónimos.
Mientras que el miedo paraliza y esclaviza, el temor es la conciencia de Dios como el todopoderoso, quien está por encima de todos y a quien le debemos reverencia y obediencia.
Lutero frecuentemente utilizaba este término, en sus catecismos “Debes temer y amar a Dios”, al hablar de la experiencia de predicar “con temor y temblor”. Con esto no solo reconocía la grandeza de Dios y su justicia, sino que asumía su carácter pecador, de ser humano vulnerable y con posibilidades de equivocarse. Por lo que al predicar los textos bíblicos se conjugaba allí la mezcla entre la Palabra de Dios y la boca humana.
Hay algunas iglesias que predican sobre tiempos apocalípticos en donde el que no se apura arde en el infierno. Buscan generar un miedo al juicio de Dios como una forma de lograr adhesiones. Pero si tenemos miedo a Dios no lo podemos amar ni confiar en Él. Porque castigo y amor no pueden ir nunca de la mano.
Pero si hablamos de respeto, de conciencia de Dios como quien nos tiene en sus manos y a quien todo le debemos, el amor es parte. De la misma manera que sucede con nuestros padres: les respetamos porque le debemos lo que somos, y los amamos por eso mismo.
En los tiempos que vivimos hay poca conciencia de Dios. El ser humano se ha puesto en el centro y se cree insuperable, dueño de la vida y de manipular la vida también. Pero nuestra realidad finita, esto quiere decir, que por más poder que creamos que tenemos, vamos a morir al igual que el resto de la gente que habita la tierra, siempre se nos cae encima. Porque somos solo unos pobres mortales con ínfulas de Dios.
El temor de Dios nos ayuda a cuidar la naturaleza, el ecosistema, a tenernos como parte de la naturaleza, y a la necesidad de cuidarnos mutuamente para mejorar también nuestras propias vidas. El temor de Dios es parte de nuestra fe, y es que hace que descansemos en sus manos, en la tranquilidad que Dios sabe qué es lo mejor para cada uno de nosotros. Amén.

Querido Jesús, hoy quiero pedir perdón por mi prepotencia, por creer demasiado en mí misma no dándome cuenta que sin vos, sin Dios, no soy nada. Enseñame a vivir como vos lo hiciste aquí en la tierra, obedeciendo a Dios y descansando en Él también. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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