viernes, 21 de septiembre de 2012

23 de Septiembre

Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:

Salmo 54

“Dios mío, ¡sálvame por tu nombre!
¡Defiéndeme con tu poder!
Dios mío, ¡escucha mi oración!
¡Presta oído a las palabras de mi boca!

Gente extraña se ha levantado contra mí;
gente violenta intenta matarme.
Dios mío, ¡son gente que no te toma en cuenta!

Pero tú, mi Dios, eres quien me ayuda;
tú, Señor, eres quien sustenta mi vida.
Por tu fidelidad, ¡destrúyelos!
¡Devuélveles el mal a mis enemigos!

Yo, Señor, te ofreceré sacrificios voluntarios,
y alabaré tu nombre, porque es bueno alabarte;
porque tú me has librado de toda angustia,
y con mis ojos he visto la ruina de mis enemigos.” Amén.

Curiosidades

¿Cómo era la educación de los niños en la antigüedad?

En el antiguo Israel aparece La Torah (o Libro de la Ley) que incluye comandos para leer, aprender, enseñar y escribir la Torá, lo que exigía su alfabetización y su estudio.
Aunque a las niñas no se les proporcionó la educación formal en el yeshivah, estaban obligadas a conocer una gran parte de las áreas a fin de prepararles para mantener el hogar después del matrimonio, y para educar a los niños antes de la edad de siete años. A pesar de este sistema escolar, parece que muchos niños no aprendieron a leer ni a escribir, porque se ha estimado que al menos el 90 por ciento de la población judía de Palestina romana en los primeros siglos sólo podían escribir su propio nombre  y  la tasa de alfabetización era aproximadamente del 3%.
En la misma época en la antigua Grecia (alrededor de 1100 aC a 146 aC), la mayor parte de la educación era privada, excepto en Esparta. Durante el período helenístico, algunas ciudades-estado establecieron las escuelas públicas. Los niños iban a la escuela a la edad de siete años, o iban a los cuarteles, en caso de que vivieran en Esparta. Las clases se celebraban en recintos privados y las casas, impartiendo materias como la lectura, escritura, matemáticas, canto, juego y la flauta. Las niñas también aprendían a leer, escribir y la aritmética simple para que pudieran administrar el hogar. Cuando el niño alcanzaba los 12 años la escolarización empezó a incluir el deporte como la lucha libre, correr, tirar y jabalina y el disco. En Atenas algunos jóvenes mayores asistían a las academias para disciplinas como la cultura, las ciencias, la música y las artes. Terminando la escolaridad a la edad de 18 años, seguido por la formación militar de uno o dos años.
Las primeras escuelas en la antigua Roma surgieron a mediados del siglo IV aC. La tasa de alfabetización en el tercer siglo se ha estimado en alrededor de uno por ciento al dos por ciento. Tenemos muy pocas fuentes o escritos sobre el proceso educativo romano hasta el siglo II aC, durante el cual hubo una proliferación de las escuelas privadas en Roma.
Durante la República Romana y más tarde durante el Imperio Romano, el sistema educativo poco a poco fue definiéndose en su forma definitiva. Normalmente, los niños y las niñas eran educados, aunque no necesariamente juntos, en un sistema muy similar al que predomina en el mundo moderno.
El educador romano Quintiliano reconocía la importancia de la educación a partir de una edad tan temprana como fuera posible, señalando que "... la memoria existe, incluso en los niños pequeños, pero es especialmente retentiva a esa edad".
Sólo la élite romana lograba recibir una completa educación formal. Un comerciante o un agricultor basaban la mayor parte de su formación profesional en el trabajo. La educación superior en Roma era más un símbolo de status que de preocupación práctica.

Evangelio

Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:

Marcos 9:30-37

“Cuando se fueron de allí, pasaron por Galilea. Pero Jesús no quería que nadie lo supiera, porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del Hombre será entregado a los poderes de este mundo, y lo matarán. Pero, después de muerto, al tercer día resucitará.» Ellos no entendieron lo que Jesús quiso decir con esto, pero tuvieron miedo de preguntárselo.
Llegaron a Cafarnaún, y cuando ya estaban en la casa, Jesús les preguntó: «¿Qué tanto discutían ustedes en el camino?» Ellos se quedaron callados, porque en el camino habían estado discutiendo quién de ellos era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce, y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de todos.» Luego puso a un niño en medio de ellos, y tomándolo en sus brazos les dijo: «El que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me envió.»” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:

¡Cuántas veces, por miedo a preguntar nos quedamos sin entender bien de qué se tratan las cosas! Es como que preguntar es cosa de niños o de ignorantes.
A veces nos da vergüenza preguntar porque tenemos miedo a que los demás se rían de nosotros, o simplemente porque no podemos romper con una timidez que nos esclaviza.
Otras veces nuestro miedo está en la respuesta, no queremos preguntar porque no queremos escuchar lo que nos van a decir. Es muy típico el no querer ir al médico cuando tenemos problemas de salud porque tenemos miedo de qué es lo que nos va a decir, o de retirar los análisis por miedo a los resultados… no vaya a ser que nos hayan detectado alguna enfermedad terrible.
En ese sentido los niños tienen una pureza y una frescura que nos preguntan todo, e incluso a veces nos avergonzamos y los queremos callar por sus preguntas y los momentos en que los hacen. Y es que ellos no tienen maldad ni pensamientos retorcidos, son simples y amorosos y nunca hay otra intención que la de saber qué es o qué es lo que está pasando.
Hace algunos días fuimos con mi esposo y los niños a una marcha en contra del femicidio y la violencia de género. Una de las mujeres que hablaron contaba su doloroso testimonio y expresaba públicamente entre lágrimas que tenía miedo de que su ex-esposo la matara y pedía ayuda. Ya a la noche, uno de los pequeños nos preguntó por qué no la ayudábamos nosotros, si ella nos lo estaba pidiendo. Una pregunta que nos deberíamos hacer todos, pero que no nos animamos porque no sabemos cómo hacer y preferimos no hacernos cargo de algo que nos corresponde.
Jesús habló a sus discípulos de la simplicidad y la pureza de los niños como parte del ser su seguidor, pero ni ellos ni nosotros hemos terminado todavía de entender que es necesario que quitemos todo prejuicio, maldad y ambición de nuestros corazones para vivir una vida conforme al evangelio, y para mejorar nuestra calidad de vida y la de los demás, enfrentando la realidad sin miedos ni fantasmas. Amén.

Querido Jesús, cuantas veces estoy como el avestruz, escondiendo mi cabeza en un arbusto para no ver mi realidad, para no asumir las responsabilidades que me competen, por miedo a lo que no conozco. Ayudame y dame fuerzas para tener un corazón de niña, para no perderme en elucubraciones tontas y sin sentido, o discriminando a otras personas por desconocer sus realidades. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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