Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo 16
“Protégeme, oh
Dios, pues en Ti me refugio.
Yo dije al Señor: “Tú eres mi Señor;
Ningún bien tengo fuera de Ti.”
En cuanto a los santos que están en la tierra,
Ellos son los nobles en quienes está toda mi delicia.
Ningún bien tengo fuera de Ti.”
En cuanto a los santos que están en la tierra,
Ellos son los nobles en quienes está toda mi delicia.
Se multiplicarán las
aflicciones de aquéllos que han corrido tras otro dios;
No derramaré yo sus libaciones de sangre,
Ni sus nombres pronunciarán mis labios.
No derramaré yo sus libaciones de sangre,
Ni sus nombres pronunciarán mis labios.
El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa;
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares agradables;
En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado.
Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares agradables;
En verdad es hermosa la herencia que me ha tocado.
Bendeciré al Señor que me aconseja;
En verdad, en las noches mi corazón me instruye.
Al Señor he puesto continuamente delante de mí;
Porque está a mi diestra, permaneceré firme.
En verdad, en las noches mi corazón me instruye.
Al Señor he puesto continuamente delante de mí;
Porque está a mi diestra, permaneceré firme.
Por tanto, mi corazón
se alegra y mi
alma se regocija;
También mi carne morará segura,
Porque Tú no abandonarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que Tu Santo sufra corrupción.
Me darás a conocer la senda de la vida;
En Tu presencia hay plenitud de gozo;
En Tu diestra hay deleites para siempre.” Amén.
También mi carne morará segura,
Porque Tú no abandonarás mi alma en el Seol,
Ni permitirás que Tu Santo sufra corrupción.
Me darás a conocer la senda de la vida;
En Tu presencia hay plenitud de gozo;
En Tu diestra hay deleites para siempre.” Amén.
Curiosidades
El desarrollo pleno de la idea de libertad
aparece en los evangelios y en las epístolas de hablo, en los que revela que
los enemigos de quienes Dios libera a su pueblo por medio de Cristo son el
pecado, Satanás, la ley y la muerte.
El ministerio público de Jesús fue de liberación.
Él mismo lo inició proclamándose como el cumplimiento de Isaías 61:1: “…me ha
ungido… (para) pregonar libertad a los cautivos”. Cristo ignoró los deseo de
los zelotes de lograr una liberación nacional de Roma, y declaró que había
venido a liberar a los israelitas del estado de esclavitud al pecado y a
Satanás en que los había encontrado.
Había venido, dijo, a derrotar al “príncipe de
este mundo”, al “hombre fuerte”, y a liberar a sus prisioneros. Los exorcismos
y las curaciones formaban parte de esta obra de liberación. Cristo apeló a
estos hechos como prueba positiva de la llegada del reino de Dios a los seres
humanos.
Pablo acuerda considerable importancia al
pensamiento de que Cristo libera a los creyentes, aquí y ahora, de las
influencias destructivas que anteriormente los esclavizaban: del pecado, ese
amo tiránico cuya paga por los servicios prestados es la muerte; de la ley como
sistema de salvación, que ponía de manifiesto el pecado y le daba su fuerza;
del demoníaco “poder de las tinieblas”; de la superstición politeísta; y de la
carga del ceremonialismo judío. A todo esto, afirma Pablo, se añadirá en su
momento la libertad del remanente parcial de esclavitud al pecado que mora en
nosotros, y de la decadencia física y la muerte.
Esta libertad, en todos los aspectos, es un don
de Cristo, quien por su muerte redimió a su pueblo de la esclavitud. La
libertad presente de los efectos de la ley, y de las garras del pecado y la
muerte, se hace efectiva en los creyentes por el Espíritu que nos une en Cristo
por la fe. La liberación trae aparejada la adopción; los que son liberados de
culpabilidad se convierten en hijos de Dios, y reciben el Espíritu de Cristo
como Espíritu de adopción, que les asegura que realmente son hijos y herederos
de Dios.
La respuesta del ser humano al don divino de la
libertad, y por cierto el mismo de recibirla, es una aceptación de la
esclavitud a Dios, a Cristo, a la justicia, y a todos los seres humanos por
amor al evangelio y al Salvador. La libertad cristiana no equivale a una
abolición de la responsabilidad, ni a una sanción de la licencia. El cristiano
ya no se encuentra “bajo la ley” para la salvación, pero esto no quiere decir
que esté “sin ley de Dios”. La ley divina, en la forma que la interpretó y
ejemplificó Cristo mismo, permanece como modelo de la voluntad de Cristo para
los que él mismo liberó. En consecuencia, los cristianos están “bajo la ley de Cristo”.
La “ley de Cristo” – “ley de la libertad”, según Santiago – es la ley del amor,
el principio del sacrificio personal voluntario y sin reservas por el bien de
los seres humanos y la gloria de Dios. Esta vida de amor es la respuesta de
gratitud que el evangelio liberador exige y evoca. La libertad cristiana es
precisamente libertad para el amor y el servicio a Dios y los seres humanos, y
por lo tanto se abusa de ella cuando se convierte en excusa para la licencia
sin amor, o la desconsideración irresponsable.
Evangelio
Desde el
interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos
sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
Gálatas 5:1.13-18
“Para libertad fue
que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra
vez al yugo de esclavitud…
…Porque ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; sólo
que no usen la
libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los
otros. Porque toda la Ley en una palabra se cumple en el precepto: “Amaras a tu prójimo como a ti mismo.” Pero si ustedes
se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, no sea que se consuman
unos a otros.
Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la
carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues éstos
se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen. Pero
si son guiados por el Espíritu, no están bajo la Ley.” Amén.
Los
textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos
podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:
“Libertad no
es despertarte una mañana sin cadenas: es algo más.
Libertad no es
poseer las llaves de todas las puertas: es algo más.
Libertad no es
construirte, solitario, un mundo aparte: es algo más.
Libertad es
convivir, decidir, elegir.
Libertad es
amar, comprender y luchar para que todos tengan libertad.”
Tantas
canciones, poesías y palabras se han dicho y escrito sobre la libertad.
La
libertad es un anhelo del ser humano desde siempre, una búsqueda, pero a la vez
algo tan difícil de conseguir.
Muchas
veces la confundimos con otras cosas: la imposición de nuestros caprichos, el
hacer lo que nosotros queremos, la ausencia de límites…
Pero
eso no es libertad, porque somos esclavos de nuestro egoísmo, de la búsqueda
del placer, como una adicción que nos domina y dirige, que nos engaña
diciéndonos que eso es estar libre, ser libre.
Porque
la libertad es el poder tomar nuestras propias decisiones, pero siempre
teniendo en cuenta las consecuencias que esto trae. La libertad también es
responsabilidad, en el sentido de que no vivo sola en el mundo, sino que mi
vida está entrelazada con las vidas de las personas que comparten conmigo el
planeta.
Todo
lo que hago repercute en el otro de alguna manera, en algún momento, para bien
o para mal. Por eso cuando hablo de mi libertad, siempre la debo pensar desde
la libertad del otro también, no sea que mi libertad afecte la libertad del
otro, y que lo que yo siento es mi derecho daña al otro.
Dice
la canción: “Libertad es convivir,
decidir, elegir. Libertad es amar, comprender y luchar para que todos tengan
libertad.” Y de eso se trata, de que sea una lucha, un camino, un proceso
en donde toda persona tenga su espacio y sus derechos respetados.
La
libertad no es fácil de lograr porque a veces estamos presos de nosotros
mismos: de nuestros miedos, de nuestros preconceptos, de nuestras
frustraciones, de nuestras limitaciones impuestas por nosotros mismos o por
nuestro entorno.
Jesús
nos propone la libertad, esa libertad que nos da el descansar en él, dejando
que obre mientras que buscamos seguir sus pasos, en la certeza de que nos dará
las fuerzas y abrirá las puertas que por nuestros propios medios no logramos.
Amén.
Querido
Jesús, hoy te quiero agradecer porque me has mostrado un camino nuevo, en donde
puedo ser libre de verdad, en donde puedo ser yo misma con la certeza de ser
amada y aceptada por vos. Ayudame a transmitir este mensaje de liberación, para
que crezca como la levadura. Te lo pido en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén.
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