Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo
146
“¡Aleluya!
Oh alma mía, alaba al Señor.
Alabaré al Señor mientras yo viva;
Cantaré alabanzas a mi Dios mientras yo exista.
No confíen ustedes en príncipes,
Ni en hijo de hombre en quien no hay salvación.
Su espíritu
exhala, él vuelve a la tierra;
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
En ese mismo día perecen sus pensamientos.
Bienaventurado aquél cuya ayuda es el Dios de Jacob,
Cuya esperanza está en el Señor su Dios,
Que hizo los cielos y la tierra,
El mar y todo lo que en ellos hay;
Que guarda la verdad para siempre;
Que hace justicia a los oprimidos,
Y da pan a los hambrientos.
El Señor pone en libertad a los cautivos.
El Señor abre los ojos a los ciegos,
El Señor levanta a los caídos,
El Señor ama a los justos.
El Señor protege a los extranjeros,
Sostiene al huérfano y a la viuda,
El Señor levanta a los caídos,
El Señor ama a los justos.
El Señor protege a los extranjeros,
Sostiene al huérfano y a la viuda,
Pero frustra el camino a los impíos.
El Señor reinará para siempre,
Tu Dios, oh Sion, por todas las generaciones.
¡Aleluya!” Amén.
Curiosidades
Poncio Pilato desempeñó el cargo de prefecto de la
provincia romana de Judea desde el año 26 d.C. hasta el 36 o comienzos del 37
d.C. Su jurisdicción se extendía también a Samaria e Idumea. No sabemos nada
seguro de su vida con anterioridad a estas fechas. El título del oficio que
desempeñó fue el de praefectus, como corresponde a los que ostentaron ese cargo
antes del emperador Claudio y lo confirma una inscripción que apareció en
Cesarea. El título de procurator, que emplean algunos autores antiguos para
referirse a su oficio, es un anacronismo. Los evangelios se refieren a él por
el título genérico de “gobernador”. Como prefecto le correspondía mantener el
orden en la provincia y administrarla judicial y económicamente. Por tanto,
debía estar al frente del sistema judicial (y así consta que lo hizo en el
proceso de Jesús) y recabar tributos e impuestos para suplir las necesidades de
la provincia y de Roma. De esta última actividad no hay pruebas directas,
aunque el incidente del acueducto que narra Flavio Josefo (ver más abajo) es
seguramente una consecuencia de ella. Además, se han encontrado monedas
acuñadas en Jerusalén en los años 29, 30 y 31, que sin duda fueron mandadas
hacer por Pilato. Pero por encima de todo ha pasado a la historia por haber
sido quien ordenó la ejecución de Jesús de Nazaret; irónicamente, con ello su
nombre entró en el símbolo de fe cristiana: “Padeció
bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado…”.
Sus relaciones con los judíos, según nos informan
Filón y Flavio Josefo, no fueron en absoluto buenas. En opinión de Josefo, los
años de Pilato fueron muy turbulentos en Palestina y Filón dice que el
gobernador se caracterizaba por “su venalidad, su violencia, sus robos, sus
asaltos, su conducta abusiva, sus frecuentes ejecuciones de prisioneros que no
habían sido juzgados, y su ferocidad sin límite” (Gayo 302). Aunque en estas
apreciaciones seguramente influye la intencionalidad y comprensión propia de
estos dos autores, la crueldad de Pilato, como sugiere Lc 13,1, donde se
menciona el incidente de unos galileos cuya sangre mezcló el gobernador con sus
sacrificios, parece fuera de duda. Josefo y Filón narran también que Pilato
introdujo en Jerusalén unas insignias en honor de Tiberio, que originaron un
gran revuelo hasta que se las llevó a Cesarea. Josefo relata en otro momento
que Pilato utilizó fondos sagrados para construir un acueducto. La decisión
originó una revuelta que fue reducida de manera sangrienta. Algunos piensan que
este suceso es al que se refiere Lc 13,1. Un último episodio relatado por
Josefo es la violenta represión de samaritanos en el monte Garizim hacia el año
35.
A resultas de ello, los samaritanos enviaron una
legación al gobernador de Siria, L. Vitelio, quien suspendió a Pilato del
cargo. Éste fue llamado a Roma para dar explicaciones, pero llegó después de la
muerte de Tiberio. Según una tradición recogida por Eusebio, cayó en desgracia
bajo el imperio de Calígula y acabó suicidándose.
Evangelio
Desde el
interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos
sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
1 Timoteo 6:11-21
“Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad. Pelea la buena
batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste
llamado, y de la que hiciste
buena profesión en presencia de muchos testigos. Te mando delante de
Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio testimonio
de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, la cual manifestará a su debido tiempo el
bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de
señores; el único que tiene inmortalidad y habita en luz inaccesible,
a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea la honra y el dominio eterno. Amén.
A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan
su esperanza en la inseguridad de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da
abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que
sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a
compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el
futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida.
Timoteo, guarda lo que (el depósito que) se te ha encomendado, y evita las
palabrerías vacías y profanas,
y las objeciones (contradicciones) de lo que falsamente se llama ciencia, la
cual profesándola algunos, se han desviado de la fe.” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si
reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de
Dios: momento de reflexión:
Hay una canción que cantamos que dice así:
“Busca
primero el Reino de Dios
Y su
perfecta justicia
Y lo
demás añadido será
Aleluya,
aleluya”.
De alguna manera estas palabras a Timoteo me recuerdan
esta canción. Un mensaje muy difícil para estos tiempos en donde parecería que
el dinero lo es todo y que si nos aseguramos esa parte de la vida, lo demás ya
casi está.
En las
vacaciones de invierno tuvimos campamento de jóvenes y fuimos a conocer el
Museo de Ciencias Naturales de Bahía Blanca. Uno de los jóvenes me dijo que
siempre había querido estudiar paleontología, pero que no lo iba a hacer porque
no iba a tener trabajo.
Me sorprendieron dos cosas, por un lado la enorme
influencia que tenemos los adultos y responsables sobre nuestros jóvenes, al
punto que frustramos sus vocaciones en pos de lo que llamamos “salida laboral”,
y también cómo, en esta sociedad de consumo, los jóvenes ya no se animan a
soñar.
Mi comentario al instante, fue el mismo que
siempre les hago a mis hijos: uno tiene que estudiar lo que le gusta, lo que es
su vocación porque cuando uno se es lo que se tiene que ser, el trabajo viene
solo, porque somos buenos en aquello que nos gusta. De hecho existe la carrera
de paleontología y los paleontólogos trabajan en su profesión, y la prueba
justamente es el mismo Museo de Ciencias Naturales.
Aferrarse al dinero o pensar en estudiar lo que
nos dé dinero, por un lado es un mito y por el otro ¿quién me asegura que con
dinero voy a ser feliz?
Las recomendaciones a Timoteo no tienen nada que
ver con una “seguridad económica”: “huye de estas cosas, y sigue la justicia,
la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad”, y a
los ricos Timoteo debe aconsejarles que “no
pongan su esperanza en la inseguridad del dinero, sino en Dios el cual nos da abundantemente todas las
cosas para que las disfrutemos”.
Tal vez estas palabras resulten locuras, pero Dios
no nos ha puesto aquí en la tierra para que corramos desesperadamente detrás
del dinero y del confort, sino para que vivamos felices y en armonía con las
demás personas, Él se ocupará de que no nos falte lo suficiente para vivir si
nos aferramos a Él, si buscamos su Reino y su perfecta justicia. Amén.
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