Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo 40
“Esperé
pacientemente al Señor,
Y El se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Y El se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso;
Asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios.
Muchos verán esto, y temerán
Y confiarán en el Señor.
Cuán bienaventurado
es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza,
Y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad.
Y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad.
Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que Tú has hecho,
Y muchos Tus designios para con nosotros;
Nadie hay que se compare contigo;
Si los anunciara, y hablara de ellos,
No podrían ser enumerados.
Sacrificio y
ofrenda de cereal no has deseado;
Me has abierto los oídos;
Holocausto y ofrenda por el pecado no has pedido.
Me has abierto los oídos;
Holocausto y ofrenda por el pecado no has pedido.
Entonces dije:
“Aquí estoy;
En el rollo del libro está escrito de mí;
Me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío;
Tu ley está dentro de mi corazón.”
He proclamado
buenas nuevas de justicia en la gran congregación;
No refrenaré mis labios,
Oh Señor, Tú lo sabes.
No refrenaré mis labios,
Oh Señor, Tú lo sabes.
No he escondido Tu justicia dentro de mi corazón;
He proclamado Tu fidelidad y Tu salvación;
No he ocultado a la gran congregación Tu misericordia y Tu fidelidad.
Tú, oh Señor, no retengas Tu compasión de mí;
Tu misericordia y Tu fidelidad me guarden continuamente,
Tu misericordia y Tu fidelidad me guarden continuamente,
Porque me rodean males sin número;
Mis perversidades me han alcanzado, y no puedo ver;
Son más numerosas que los cabellos de mi cabeza,
Y el corazón me falla.
Ten a bien, oh Señor, libertarme;
Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Sean avergonzados y humillados a una
Los que buscan mi vida para destruirla;
Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Sean avergonzados y humillados a una
Los que buscan mi vida para destruirla;
Sean vueltos atrás y cubiertos de ignominia
Los que se complacen en mi mal.
Queden atónitos a causa de su vergüenza
Los que me dicen: “¡Ajá, ajá!”
Regocíjense y alégrense en Ti todos los que Te buscan;
Que los que aman Tu salvación digan continuamente:
“¡Engrandecido sea el Señor!”
Por cuanto yo estoy afligido y necesitado,
El Señor me tiene en cuenta.
Tú eres mi ayuda y mi libertador;
Dios mío, no Te tardes.” Amén.
Curiosidades
El pecado estaba ya presente en el universo desde
antes de la caída de Adán y Eva. La Biblia, sin embargo, no se ocupa
directamente del origen del mal en el universo, sino trata más bien del pecado
y su origen en la vida del ser humano. El verdadero impacto de la tentación
demoníaca en la narración de la caída en Gn.3 radica en la sutil sugerencia de
la aspiración humana a llegar a ser igual a su hacedor. Satanás dirigió su
ataque contra la integridad, la veracidad, y la amante provisión de Dios, y su
propuesta consistió en estimular una perversa y blasfema rebelión contra el
verdadero Señor del ser humano. Con este acto el ser humano hizo un intento de
alcanzar la igualdad con Dios, trató de expresar su independencia de él, y, por
lo tanto de cuestionar tanto la naturaleza misma como el orden de la existencia
mediante la cual vive como criatura, en completa dependencia de la gracia y las
estipulaciones de su creador. “El pecado del ser humano radica en su pretensión
de ser Dios”. Con este acto, aún más, el ser humano cometió una blasfemia al
negarle a Dios el culto y la amorosa adoración que debe ser siempre la
respuesta correcta del ser humano a la majestad y la gracia divinas, y en lugar
de ello rindió homenaje al enemigo de Dios, y sus propias ambiciones
envilecidas.
Por consiguiente, según Gn.3, no debe buscarse el
origen del pecado en una acción abierta, sino en una aspiración interior de
negar a Dios, de la cual el acto de desobediencia sólo fue la expresión
inmediata. En cuanto al problema de cómo pudieron Adán y Eva haberse visto
envueltos en tentación si anteriormente no habían conocido pecado, la Escritura
no entra en una discusión detallada. No obstante, en la persona de Jesucristo
da testimonio de un Ser Humano que fue sometido a tentación “en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado”. El origen último del mal es parte del
“misterio de la iniquidad”, pero una razón discutible del relativo silencio de
la Escritura es que una “explicación racional” del origen del pecado daría como
resultado inevitable el hacer que la atención se desvíe del propósito principal
de la Escritura, que es la confesión de mi
culpa personal. En última instancia, dada la naturaleza de la cuestión, el
pecado no es algo que se pueda “conocer” objetivamente; “el pecado se postula a
sí mismo”.
Evangelio
Desde el
interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos
sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
Hebreos 12:1-4
“Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube
de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia (perseverancia) la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz,
despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios.
Consideren, pues, a Aquél que soportó tal hostilidad de los pecadores contra El mismo, para que no se cansen ni se
desanimen en su corazón. Porque
todavía, en su lucha contra el pecado, ustedes no han resistido hasta el punto de derramar sangre.” Amén.
Los
textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos
podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:
Vivir
la vida con los ojos puestos en Jesús.
¿Cómo
es esto?
Una
de las cosas que me permitían volver a casa, en el campo, cuando ya había
oscurecido, era mirar siempre hacia las luces de la chacra, de la casa. Eso
sobre todo me daba seguridad, pensar que en un ratito estaría en el calor
acogedor de mi hogar, junto a mis padres y la deliciosa comida en la mesa,
lejos de todos los peligros de la noche.
Esta
experiencia de mi infancia es lo más parecido a vivir una vida con los ojos
puestos en Jesús. El lograr ver en medio de todas mis dificultades y
contratiempos, a Jesús guiando, sosteniendo, no permitiendo que sucumba, que
caiga, que me pierda.
Sentir
que Jesús me rodea con sus brazos cálidos a la hora de la tristeza, que me
calma en el enojo, que me sostiene cuando me encuentro sin fuerzas.
Ver
la luz, la meta, aunque sea muy a lo lejos, pero saber que está, y que me
espera. Saber que aunque alrededor mío todo es un caos, allá lejos, si sigo
firme y tenaz, me espera el descanso, el alivio la paz. El no desesperar, el
saber que no estoy sola, que aunque parece que no lo voy a poder soportar o que
ya no tengo fuerzas, esa luz lejana, esos ojos de Jesús, mirándome serenamente,
me devuelve el espíritu y puedo seguir adelante.
Esa
es la fe, mi fe, en que no estoy sola, que Jesús me sostiene y yo me entrego en
esa seguridad, en esa certeza, en esa esperanza, porque sé que me ama y me
espera. Ese mismo sentimiento que tuve de niña cuando caminaba cada vez más
ligero, pensando que mis padres me esperaban con todo su amor, y que si me
demoraba, salían a buscarme. Los ojos fijos en Jesús, en su cruz, en su vida,
en su perseverancia como hombre aquí en la tierra, pero también en el gran
milagro de la resurrección, vida por vida, más vida, contención, amor, paz. Mis
ojos fijos en los ojos de Jesús, que me miran tiernamente porque me ama, porque
me cuida, porque me espera, me tiene paciencia y confía que puedo llegar a él. Amén.
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