Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo 128
“¡Dichosos todos
los que honran al Señor!
¡Dichosos los que van por sus caminos!
¡Dichosos los que van por sus caminos!
¡Dichoso serás, y
te irá bien,
cuando te alimentes del fruto de tu trabajo!
En la intimidad de tu casa,
tu esposa será como una vid con muchas uvas;
alrededor de tu mesa
tus hijos serán como retoños de olivo.
cuando te alimentes del fruto de tu trabajo!
En la intimidad de tu casa,
tu esposa será como una vid con muchas uvas;
alrededor de tu mesa
tus hijos serán como retoños de olivo.
Así bendice el
Señor
a todo aquel que le honra.
a todo aquel que le honra.
¡Que el Señor te
bendiga desde el monte Sión!
¡Que veas en vida el bienestar de Jerusalén!
¡Que llegues a ver a tus nietos!
¡Que veas en vida el bienestar de Jerusalén!
¡Que llegues a ver a tus nietos!
¡Que haya paz en Israel!”
Amén.
Curiosidades
¿De qué manera somos hijos e hijas de Dios?
El carácter filial colectivo de Israel se destaca
en el pensamiento de Pablo y en otras partes del NT. A veces esta filiación de
hijo aparece como representada y cumplida en Jesucristo, como ocurre en Mateo
2:15 y en las narraciones de su bautismo y tentación. Sin embargo, aún
prescindiendo de una conexión directa con el carácter filial de Cristo, “hijos
de Dios” nos recuerda la aplicación del vocablo en el AT al pueblo del pacto
que ha de reflejar la santidad. Si Efesios 5:1 es poco más que metafórico,
Filipenses 2:15, “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa”, está basado en el canto de Moisés, y 2 Corintios 6:18 combina una
serie de pasajes que se refieren al pacto. “Los hijos de Dios que estaban
dispersos” en Juan 11:52. La idea proviene de Ezequiel 34 y 37, aunque es
discutible el que la referencia en Juan sea solamente a los creyentes judíos o
a todos los creyentes en general.
La filiación del pueblo de Dios como hijos está,
sin embargo, ligada a la filiación especial de Jesús en Hebreos. Aquí el
carácter de hijo que le corresponde a Jesús es el que se le otorga al
Rey-Mesías, hijo de David, que paralela al carácter filial de Israel conforme
al pacto y quizá hace se resumen del mismo. Los “muchos hijos” son
“descendencia de Abraham” e “hijos” por elección aun antes de la encarnación de
Cristo. No obstante, son llevados “a la gloria” a través del Hijo, que comparte
con ellos “carne y sangre”, estado en el cual les aseguró la salvación mediante
su muerte.
Con respecto a este tema, aunque Pablo reconoce
que “la relación filial” pertenece a los israelitas, insiste en que no todos
los que descienden de Israel son “israelitas” en el verdadero sentido, y que, por
lo tanto, no son “los hijos según la carne” sino “los … hijos de la promesa”
los que son “hijos de Dios” y verdaderos participantes del privilegio.
Según esta prueba, están incluidos tanto judíos
como gentiles, “pues todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”. Pablo
hace una exposición de esta doctrina de la filiación en Romanos 8, donde invoca
el concepto de huiothesia,
generalmente traducido “adopción”. Pero, aún cuando el vocablo se utiliza en el
griego de la época para describir la adopción legal de niños, no está claro
hasta qué punto este tipo de adopción entra en el pensamiento de Pablo. A pesar
del contraste con el estado anterior de esclavitud, tanto Ro.8:15 como Gá.4:5,
por lo menos en este último pasaje huiothesia
parece corresponder a la apropiación de la herencia por un hijo en la “fecha
señalada por el padre”.
El modelo fundamental es la acción soberana de la
gracia de Dios cuando declaró a Israel, y luego al rey davídico, su hijo. Ni la
filiación de Israel pueden considerarse como opuestas al hecho de que el
recipiente fuese llamado “primogénito” de Dios y la huiothesia del creyente es prácticamente idéntica a la noción de
generación espiritual. En Ro.8:23 la huiothesia
está todavía por llegar. Aunque nuevamente está asociada con la idea de la
“redención”, la acción positiva es en realidad “la manifestación de los hijos
de Dios”, la que demuestra lo que en verdad ya son. Este carácter filial está
indisolublemente ligado al carácter filial de Cristo mismo, que es atestiguado
y controlado por el Espíritu, y su naturaleza última es manifestada cuando se
pone de manifiesto la filiación de Cristo como Hijo y cuando los elegidos de
Dios se ven como “hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el
primogénito entre muchos hermanos”.
Evangelio
Desde el
interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos
sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
1 Juan 3:1-2
“Miren cuánto nos ama
el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a
él. Amados, ahora somos
hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos
que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal
como él es.” Amén.
Los
textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos
podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:
Cada
uno de nosotros tenemos cosas parecidas a nuestros padres, con lo cual nos
relacionan a ellos incluso quienes no saben de nuestro parentesco, así como
también nuestros hijos se parecen a nosotros.
Los
cristianos y cristianas somos hijos de Dios, y eso nos hace parecidos a Él. Su
Espíritu habita en cada uno de los creyentes de manera tal que influye en
nuestra forma de pensar y de actuar.
Pero
a la vez nuestra naturaleza humana está presente y nos confundimos entre la
gente, a simple vista no se nos distingue, es en nuestro actuar en donde se
pone de manifiesta nuestra filiación divina. O al menos debería ser así.
Como
cristianos y cristianas creemos que esta vida es sólo una parte, porque nos
espera una vida plena en Cristo a partir de nuestra muerte y que se desplegará
plenamente al fin de los tiempos, cuando se manifieste en toda su gloria en el
fin de los tiempos. Esa es nuestra esperanza o lo que nos sostiene y nos
permite resurgir de todo dolor.
Somos
hijos e hijas de Dios, y como tales nuestra misión es que esto se vaya
permeando en nuestro entorno en nuestro testimonio diario, en donde en nuestro
proceder se pueda percibir claramente nuestra filiación divina.
Somos
hijos e hijas de Dios, pero esto no debe ser una razón para creernos superiores
al resto, ya que no ha sido por mérito sino por amor que Dios nos ha hecho sus
hijos e hijas. Por eso también en nuestra forma de actuar se plasme nuestro
agradecimiento a Dios, que nuestras vidas sean realmente una ofrenda a Dios.
Somos
hijos e hijas de Dios y esto es una gran responsabilidad, porque nos toca
también cuidar su nombre, no ensuciarlo a través de nuestras actitudes mezquinas,
sino que en todo momento seamos generosos, amorosos, inclusivos y
misericordiosos. Como vemos es una gran responsabilidad la que tenemos, pero a
la vez no es una carga. Porque el formar parte de una familia, y más si es la
familia de Dios, es una alegría y una seguridad tan grande que nos lleva a
vivir dando testimonio de Cristo con todo nuestro ser. Amén.
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