Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de
una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las
Escrituras:
Salmo
54
“Dios, sálvame por tu nombre
y con tu poder defiéndeme.
Dios, oye mi oración;
escucha las razones de mi boca,
y con tu poder defiéndeme.
Dios, oye mi oración;
escucha las razones de mi boca,
porque extraños se han levantado contra mí
y hombres violentos buscan mi vida;
no han puesto a Dios delante de sí.
y hombres violentos buscan mi vida;
no han puesto a Dios delante de sí.
Dios es el que me ayuda;
el Señor está con los que sostienen mi vida.
Él devolverá el mal a mis enemigos.
¡Córtalos, por tu verdad!
el Señor está con los que sostienen mi vida.
Él devolverá el mal a mis enemigos.
¡Córtalos, por tu verdad!
Voluntariamente sacrificaré a ti;
alabaré tu nombre, mi Señor, porque es bueno,
porque él me ha librado de toda angustia
y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos.” Amén.
alabaré tu nombre, mi Señor, porque es bueno,
porque él me ha librado de toda angustia
y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos.” Amén.
Curiosidades
¿Quiénes
eran los Doce?
Es importante comprender que el nombrar a los
apóstoles como los Doce, de ninguna manera significa que ése sea el número,
sino su valor es simbólico. Si ustedes toman una Biblia y escriben los nombres
de los llamados por Jesús, incluso los del libro de los Hechos, descubrirán que
el número es otro, incluso simplemente en los cuatro evangelios. Para ser considerado
apóstol, la persona debía ser testigo de la resurrección del Señor, a pesar de
que en el caso de Pablo, él fue testigo de una aparición del Señor después de
la resurrección. Lo que sí queda fuera de dudas es la significación especial de
los Doce para el establecimiento inicial de la Iglesia.
(Nuevo
Diccionario Bíblico, 1º Edición – Ediciones Certeza - pág.96-97)
Evangelio
Desde el interior de las Escrituras se oyen
latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto
bíblico de hoy:
Marcos
9:30-37
“Saliendo de
allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiera, pues enseñaba a
sus discípulos, y les decía:
—El Hijo del hombre será entregado en manos de
hombres, y lo matarán; pero, después de muerto, resucitará al tercer día.
Pero ellos no entendían esta palabra, y tenían
miedo de preguntarle.
Llegó a Capernaúm y, cuando estuvo en casa, les
preguntó:
—¿Qué discutían entre ustedes por el camino?
Pero ellos callaron, porque por el camino habían
discutido entre sí sobre quién había de ser el mayor. Entonces él se
sentó, llamó a los doce y les dijo:
—Si alguno quiere ser el primero, será el último de
todos y el servidor de todos. Y tomó a un niño, lo puso en medio de ellos
y, tomándolo en sus brazos, les dijo:
—El que reciba
en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no
me recibe a mí sino al que me envió.” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si
reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de
Dios: momento de reflexión:
El primer pecado, si se lo quiere llamar así, del
ser humano, es la vanidad, el querer o necesitar ser reconocido, ser
importante, ser famoso.
Esto queda claro al ver el lugar que ocupan las
redes sociales en nuestras vidas hoy día. En el face las personas publican su
estado de ánimo, fotos y más fotos de sí mismas, y buscan, por supuesto, que
muchas personas pongan “me gusta” o hagan su comentario. Si esto no sucede, es
una frustración.
Las personas más osadas publican sus videos y
esperan ver cuántas personas lo visitan. También hay quienes arman sus páginas
y demás. Verse en la tele, en alguna revista, sentirse famoso/a, al menos por
una tontería, lo importante: no pasar desapercibidos por esta vida.
¿Pero eso es lo valioso de una persona? ¿el ser
conocida o no? ¿el ser “importante”, poderosa?
La persona vale por ser persona, y cuanto más
auténtica, más pura sea, más posibilidades hay que podamos vivir en sintonía
con las demás personas, con las necesidades y las emociones, con la Vida.
Cuanto más artificiales seamos, cuanto más nos ocupemos en nuestra apariencia y
en ser conocidos, más nos alejamos de nuestro origen, de nuestro verdadero ser.
Jesús nos llama a vivir una vida al servicio de
los demás, a no esperar el reconocimiento de la gente, sino disfrutar de una
vida junto a quien necesita del cuidado, la atención, del amor.
Seguramente la recompensa será mucho mayor que
cualquier reconocimiento público o los “me gusta” que tanto coleccionamos en
las redes. Tal vez incluso, en algún momento nos digan “me gusta mucho lo que
hacés por mí o por algo en especial” seguido de un abrazo. Algo más concreto,
más palpable, porque la vida pasa por el cuerpo, las sensaciones, no por los
aplausos, ni por las fotos o las pantallas. Amén.
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