Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo
23
“Mi Señor
es mi pastor, nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma.
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande
en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Engalanas una
mesa delante de mí
en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de mi Señor moraré por largos días.” Amén.
en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite;
mi copa está rebosando.
Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa de mi Señor moraré por largos días.” Amén.
Curiosidades
¿Quién era Pedro?
El nombre original de Pedro era, al parecer, el hebreo Simeón; quizás,
como muchos judíos, también adoptó “Simón”, usual en el NT, como nombre griego
de sonido similar. Su padre se llamaba Jonás; él mismo era casado, y cuando
viajaba como misionero su esposa lo acompañaba. El cuarto evangelio indica que
Betsaida, apenas dentro de la provincia de Gaulanitis, y mayormente ciudad
griega, fue su lugar de origen, pero también tenía casa en Capernaum, Galilea.
Ambos lugares estaban situados en la orilla del lago, donde se ocupaba de la
pesca, y en ambos lugares, tendría, indudablemente, abundantes contactos con
gentiles. Simón hablaba arameo con fuerte acento norteño, y conservaba la
piedad y las perspectivas de su gente, aunque no había sido instruido en la
ley, no cabe dudas de que sabía leer y escribir. Es probable que haya recibido
el influjo del movimiento de Juan el Bautista: su hermano Andrés fue discípulo
de Juan.
El cuarto evangelio describe un período anterior al comienzo del
ministerio de Cristo en Galilea, y a este ministerio se puede atribuir el
primer contacto de Pedro con el Señor, por mediación de Andrés. Esto hace más
comprensible el posterior llamado al grupo íntimo de los Doce.
Fue en calidad de discípulo que Simón recibió su nuevo título arameo Kefa (Cefas), “roca” o “piedra”, que
generalmente aparece en el NT en la forma griega Petros. Según Juan 1, Jesús le confirió este t´tulo (que no se
conocía como nombre de persona) en su primer encuentro. La designación usual de
Juan es “Simón Pedro”. Marcos lo llama Simón hasta 3,16, y Pedro casi
invariablemente después. De todos modos, no hay nada que sugiera que las solemnes
palabras de Mt.16 representen el otorgamiento de dicho nombre.
(Nuevo
Diccionario Bíblico, 1º Edición – Ediciones Certeza - pág.1061)
Evangelio
Desde el interior de las Escrituras se oyen
latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto
bíblico de hoy:
1
Pedro 2:20b-25
“Pero si por hacer
lo que es bueno sufren, y lo soportan, esto ciertamente es aprobado delante de
Dios. Para
esto fueron llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo para que sigan sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló
engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición;
cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga
justamente. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la
justicia. ¡Por su herida han sido sanados! Ustedes eran como ovejas descarriadas,
pero ahora han vuelto al Pastor y Obispo de sus almas.” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si
reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de
Dios: momento de reflexión:
Cuando leemos textos como el que compartimos hoy,
para muchas personas la fe cristiana puede resultar como una suerte de
masoquismo institucionalizado, en donde el sufrimiento es algo agradable a
Dios. Pero creo que esto sería una simplificación del mensaje.
El punto más bien está en saber que si queremos
seguir los pasos de Jesús, si queremos hacer lo bueno, seguramente también
vamos a “molestar” a aquellos que hacen daño a los demás, los que se aprovechan
de otras personas, aquellos que son corruptos, porque como cristianos somos
llamados a denunciar toda injusticia, a no quedarnos de brazos cruzados viendo
los abusos y el maltrato de unas personas sobre otras.
De ahí es que el hacer lo que es bueno puede al
mismo tiempo significar sufrimiento, incluso peligro. Pensemos simplemente en
diferentes personas que siguiendo su fe han tenido que sufrir en las cárceles o
han sido asesinados, desde Pablo, Esteban y otros discípulos de Jesús, hasta
nuestros días, en donde seguramente se nos vienen a la mente personas conocidas
y otras no tanto.
Hacer el bien no siempre significa sufrir, o al
menos no sólo significa dejar de lado una parte de nuestra vida, sino que en
este desafío de seguir las pisadas de Jesús, también hay muchas satisfacciones,
también hay alegrías, también hay premios, tal vez con otro valor al del dinero
o el bienestar.
Vivir la fe plenamente, buscar hacer el bien como
un estilo de vida nos trae sinsabores e incluso peligro, pero nada se equipara
al encuentro, a la alegría de ayudar, al apoyo incondicional de los que por la
fe formamos una familia.
La fe nos une como una gran familia en donde nos
acompañamos y hacemos más posible este camino al que somos invitados como hijos
e hijas de Dios por Cristo. Cuando se comparte los intereses, las iniciativas,
las inquietudes y los objetivos, aunque se encuentren con obstáculos, incluso
los más duros, todo se hace más fácil y llevadero.
Justamente porque Jesús supo de la soledad y la
debilidad humana es que formó la comunidad cristiana desde el principio,
llamando a sus discípulos. Hoy seguimos esa misma forma, y aunque a veces no
parezcamos tan comprometidos, a la hora de las dificultades y la necesidad,
como la familia que la une el afecto, nos juntamos y nos fortalecemos
mutuamente, para hacer lo bueno a pesar de los que se oponen a ello. Amén.
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