Cada
latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios,
escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo 54
“Dios mío, ¡sálvame
por tu nombre!
¡Defiéndeme con tu poder!
Dios mío, ¡escucha mi oración!
¡Presta oído a las palabras de mi boca!
¡Defiéndeme con tu poder!
Dios mío, ¡escucha mi oración!
¡Presta oído a las palabras de mi boca!
Gente extraña se ha
levantado contra mí;
gente violenta intenta matarme.
Dios mío, ¡son gente que no te toma en cuenta!
gente violenta intenta matarme.
Dios mío, ¡son gente que no te toma en cuenta!
Pero tú, mi Dios,
eres quien me ayuda;
tú, Señor, eres quien sustenta mi vida.
Por tu fidelidad, ¡destrúyelos!
¡Devuélveles el mal a mis enemigos!
tú, Señor, eres quien sustenta mi vida.
Por tu fidelidad, ¡destrúyelos!
¡Devuélveles el mal a mis enemigos!
Yo, Señor, te
ofreceré sacrificios voluntarios,
y alabaré tu nombre, porque es bueno alabarte;
porque tú me has librado de toda angustia,
y con mis ojos he visto la ruina de mis enemigos.” Amén.
y alabaré tu nombre, porque es bueno alabarte;
porque tú me has librado de toda angustia,
y con mis ojos he visto la ruina de mis enemigos.” Amén.
Curiosidades
¿Cómo era la educación de los niños en la antigüedad?
En
el antiguo Israel aparece La Torah (o Libro de la Ley) que incluye comandos
para leer, aprender, enseñar y escribir la Torá, lo que exigía su
alfabetización y su estudio.
Aunque
a las niñas no se les proporcionó la educación formal en el yeshivah, estaban
obligadas a conocer una gran parte de las áreas a fin de prepararles para
mantener el hogar después del matrimonio, y para educar a los niños antes de la
edad de siete años. A pesar de este sistema escolar, parece que muchos niños no
aprendieron a leer ni a escribir, porque se ha estimado que al menos el 90 por
ciento de la población judía de Palestina romana en los primeros siglos sólo
podían escribir su propio nombre y la tasa de alfabetización era
aproximadamente del 3%.
En
la misma época en la antigua Grecia (alrededor de 1100 aC a 146 aC), la mayor
parte de la educación era privada, excepto en Esparta. Durante el período
helenístico, algunas ciudades-estado establecieron las escuelas públicas. Los
niños iban a la escuela a la edad de siete años, o iban a los cuarteles, en
caso de que vivieran en Esparta. Las clases se celebraban en recintos privados
y las casas, impartiendo materias como la lectura, escritura, matemáticas,
canto, juego y la flauta. Las niñas también aprendían a leer, escribir y la
aritmética simple para que pudieran administrar el hogar. Cuando el niño alcanzaba
los 12 años la escolarización empezó a incluir el deporte como la lucha libre,
correr, tirar y jabalina y el disco. En Atenas algunos jóvenes mayores asistían
a las academias para disciplinas como la cultura, las ciencias, la música y las
artes. Terminando la escolaridad a la edad de 18 años, seguido por la formación
militar de uno o dos años.
Las
primeras escuelas en la antigua Roma surgieron a mediados del siglo IV aC. La
tasa de alfabetización en el tercer siglo se ha estimado en alrededor de uno
por ciento al dos por ciento. Tenemos muy pocas fuentes o escritos sobre el
proceso educativo romano hasta el siglo II aC, durante el cual hubo una
proliferación de las escuelas privadas en Roma.
Durante
la República Romana y más tarde durante el Imperio Romano, el sistema educativo
poco a poco fue definiéndose en su forma definitiva. Normalmente, los niños y
las niñas eran educados, aunque no necesariamente juntos, en un sistema muy
similar al que predomina en el mundo moderno.
El
educador romano Quintiliano reconocía la importancia de la educación a partir
de una edad tan temprana como fuera posible, señalando que "... la memoria
existe, incluso en los niños pequeños, pero es especialmente retentiva a esa
edad".
Sólo
la élite romana lograba recibir una completa educación formal. Un comerciante o
un agricultor basaban la mayor parte de su formación profesional en el trabajo.
La educación superior en Roma era más un símbolo de status que de preocupación
práctica.
Evangelio
Desde el
interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos
sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
Marcos 9:30-37
“Cuando se fueron de allí, pasaron por Galilea. Pero Jesús no quería que
nadie lo supiera, porque estaba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El
Hijo del Hombre será entregado a los poderes de este mundo, y lo matarán. Pero,
después de muerto, al tercer día resucitará.» Ellos no entendieron lo que
Jesús quiso decir con esto, pero tuvieron miedo de preguntárselo.
Llegaron a Cafarnaún, y cuando ya estaban en la casa, Jesús les preguntó:
«¿Qué tanto discutían ustedes en el camino?» Ellos se
quedaron callados, porque en el camino habían estado discutiendo quién de ellos
era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los doce, y les dijo: «Si
alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de
todos.» Luego puso a un niño en medio de ellos, y tomándolo
en sus brazos les dijo: «El que recibe en mi nombre a un niño como éste,
me recibe a mí, y el que me recibe a mí, no me recibe a mí sino al que me
envió.»” Amén.
Los
textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos
podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:
¡Cuántas
veces, por miedo a preguntar nos quedamos sin entender bien de qué se tratan
las cosas! Es como que preguntar es cosa de niños o de ignorantes.
A
veces nos da vergüenza preguntar porque tenemos miedo a que los demás se rían
de nosotros, o simplemente porque no podemos romper con una timidez que nos
esclaviza.
Otras
veces nuestro miedo está en la respuesta, no queremos preguntar porque no
queremos escuchar lo que nos van a decir. Es muy típico el no querer ir al
médico cuando tenemos problemas de salud porque tenemos miedo de qué es lo que
nos va a decir, o de retirar los análisis por miedo a los resultados… no vaya a
ser que nos hayan detectado alguna enfermedad terrible.
En
ese sentido los niños tienen una pureza y una frescura que nos preguntan todo,
e incluso a veces nos avergonzamos y los queremos callar por sus preguntas y
los momentos en que los hacen. Y es que ellos no tienen maldad ni pensamientos
retorcidos, son simples y amorosos y nunca hay otra intención que la de saber
qué es o qué es lo que está pasando.
Hace
algunos días fuimos con mi esposo y los niños a una marcha en contra del femicidio
y la violencia de género. Una de las mujeres que hablaron contaba su doloroso
testimonio y expresaba públicamente entre lágrimas que tenía miedo de que su
ex-esposo la matara y pedía ayuda. Ya a la noche, uno de los pequeños nos
preguntó por qué no la ayudábamos nosotros, si ella nos lo estaba pidiendo. Una
pregunta que nos deberíamos hacer todos, pero que no nos animamos porque no
sabemos cómo hacer y preferimos no hacernos cargo de algo que nos corresponde.
Jesús
habló a sus discípulos de la simplicidad y la pureza de los niños como parte
del ser su seguidor, pero ni ellos ni nosotros hemos terminado todavía de
entender que es necesario que quitemos todo prejuicio, maldad y ambición de
nuestros corazones para vivir una vida conforme al evangelio, y para mejorar
nuestra calidad de vida y la de los demás, enfrentando la realidad sin miedos
ni fantasmas. Amén.
Querido
Jesús, cuantas veces estoy como el avestruz, escondiendo mi cabeza en un
arbusto para no ver mi realidad, para no asumir las responsabilidades que me
competen, por miedo a lo que no conozco. Ayudame y dame fuerzas para tener un
corazón de niña, para no perderme en elucubraciones tontas y sin sentido, o
discriminando a otras personas por desconocer sus realidades. Te lo pido en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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