Cada latido de nuestro corazón marca el ritmo de una poesía hecha por Dios, escuchemos con el alma las poesías presentes en las Escrituras:
Salmo 33
“¡Griten de júbilo, justos, por mi Señor!,
de los rectos es propia la alabanza;
¡den gracias a mi Señor con cítara,
salmodien para él al arpa de diez cuerdas;
cántenle un cantar nuevo,
toquen la mejor música en la aclamación!
Pues recta es la palabra de mi Señor,
toda su obra fundada en la verdad;
él ama la justicia y el derecho,
del amor de mi Señor está llena la tierra.
Por la palabra de mi Señor fueron hechos los cielos
por el soplo de su boca toda su mesnada.
Él recoge, como un dique, las aguas del mar,
en depósitos pone los abismos.
¡Tema a mi Señor la tierra entera,
ante él también todos los que habitan el orbe!
Pues él habló y fue así,
mandó él y se hizo.
Mi Señor frustra el plan de las naciones,
hace vanos los proyectos de los pueblos;
mas el plan de mi Señor subsiste para siempre,
los proyectos de su corazón por todas las edades.
¡Feliz la nación cuyo Dios es mi Señor,
el pueblo que se escogió por heredad!
Mi Señor mira de lo alto de los cielos,
ve a todos los hijos de Adán;
desde el lugar de su morada observa
a todos los habitantes de la tierra,
él, que forma el corazón de cada uno,
y repara en todas sus acciones.
No queda a salvo el rey por su gran ejército,
ni el bravo inmune por su enorme fuerza.
Vana cosa el caballo para la victoria,
ni con todo su vigor puede salvar.
Los ojos de mi Señor están sobre quienes le temen,
sobre los que esperan en su amor,
para librar su alma de la muerte,
y sostener su vida en la penuria.
Nuestra alma en mi Señor espera,
él es nuestro socorro y nuestro escudo;
en él se alegra nuestro corazón,
y en su santo nombre confiamos.
Sea tu amor, mi Señor, sobre nosotros,
como está en ti nuestra esperanza.” Amén.
Curiosidades
¿Quién era Juan, el hijo de Zebedeo?
Juan, que era hijo de Zebedeo, probablemente el menor, porque excepto en Luchas y en Hechos, se lo menciona después de su hermano Jacobo o Santiago. Su madre se cree que fue Salomé, la tercera mujer, que según Marcos, acompañó a las dos Marías a la tumba, mientras que Mateo dice que era “la madre de los hijos de Zebedeo”. Generalmente se considera que Salomé era la hermana de María, la madre de Jesús, debido a que en Juan 19:25 se dice que cuatro mujeres estuvieron cerca de la cruz: las dos Marías mencionadas por Marcos y Mateo, la madre de Jesús, y la hermana de su madre. Si esta identificación es correcta, Juan era primo de Jesús por el lado de su madre.
Sus padres pueden haber sido de buena posición porque su padre, que era pescador, “tenía jornaleros” y Salomé es una de las mujeres que “servían a Jesús con sus bienes”.
Después de haber sido llamados a abandonar a su padre y la pesca, Santiago y Juan fueron apodados por él Boanerges, “hijos del trueno”, probablemente porque eran galileos impetuosos y vivaces, de celo indisciplinado y a veces mal orientado. Este aspecto de su carácter se demuestra en su reacción contra una aldea samaritana que había rehusado recibir a su Maestro. Además podemos ver que su ambición personal no había sido atemperada por una verdadera visión de la naturaleza del Reino de Cristo, y este dejo de egoísmo, junto con su disposición de sufrir por Jesús, sin importarles lo que pudiera ocurrirles a ellos mismos, queda ilustrado en su pedido al Señor de que se les permitiera ocupar lugares de especial privilegio cuando Jesús entrara en su reino.
Evangelio
Desde el interior de las Escrituras se oyen latidos de vida, ¿qué significan esos sonidos? Escuchemos atentamente el texto bíblico de hoy:
Marcos 10:32-45
“Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; estaban sorprendidos y los que lo seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que iba a suceder: ‘Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, lo escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará.
Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: ‘Maestro, queremos nos concedas lo que te pidamos’. Él les dijo: ‘¿Qué quieren que les conceda?’ Ellos le respondieron: ‘Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otros a tu izquierda’. Jesús les dijo: ‘No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?’ Ellos le dijeron: ‘Sí, podemos’. Jesús les dijo: ‘La copa que yo voy a beber, sí la beberán y también serán bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado’.
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: ‘Saben que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, seré esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” Amén.
Los textos bíblicos nos dicen cosas, pero sólo si reflexionamos sobre lo que oímos podremos escuchar los verdaderos latidos de Dios: momento de reflexión:
“No ha de ser así entre ustedes”, dice Jesús, cuando entre los discípulos surge una inquietud con respecto a las jerarquías, y quién es más importante entre ellos.
Es curioso porque a pesar de esas palabras de Jesús, los cristianos no podemos dejar de lado esta cosa tan humana de dividir a la personas en jerarquías. Incluso en nuestras iglesias hemos impuesto jerarquías: el pastor o la pastora, los miembros tradicionales de la comunidad, los que están en alguna comisión, los que son nuevos… mientras que Jesús nos dice una y otra vez “no ha de ser así entre ustedes”.
¡Qué duras son nuestras cabezas! ¡qué duros son nuestros corazones! No podemos dejar de lado esa necesidad de sentirnos importantes, sentirnos más que otros. Al final no entendimos nada, a pesar de todo lo que nos enseñó Jesús, sus retos y su enojo ante los cabezas duras de sus discípulos.
No entendimos nada, no entendimos que entre nosotros no debe haber jerarquías, que cuando se ama, como Jesús nos amó, todos somos hermanos, diferentes entre sí, pero todos iguales ante Dios.
Qué tristeza que provoca cuando dentro de nuestras comunidades vemos que hay personas que se creen con derechos sobre sus otros hermanos y hermanas, que se enojan cuando no se hacen las cosas que ellos quieren. “No ha de ser así entre ustedes”, dice Jesús, constantemente, como un golpe de martillo para ver si en algún momento comprendemos lo que nos quiere decir con estas palabras.
“No ha de ser así entre ustedes”, te dice a vos, que estás escuchando ahora, para que te des cuenta de que si creés en Jesús, y lo llamás Señor y Salvador, no podés hacer diferencias entre las personas. Y no sólo eso, sino que estás llamado a servir, a darte, a entregar tu vida a través del mismo amor por el cual Jesús dio su vida por cada uno de nosotros.
“No ha de ser así entre ustedes”, dice Jesús, y esto sólo lo podemos cambiar nosotros en los pequeños gestos cotidianos. Amén.
Querido Jesús, cómo me cuesta entender tus palabras. Palabras simples, pero difíciles de poner en práctica. Es tan natural como humanos hacer diferencias entre nosotros, sentirme más que ese otro, que tal vez no hay sido tan bendecido como yo. No me doy cuenta que justamente es en esos casos en donde me has llamado a hacerme cargo, a ayudar, porque esa persona necesita de mí, de mis dones y no de mi discriminación. Gracias, Jesús, porque sé que vas transformar mi corazón. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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